Por amor al cante
Discos / Israel Fernández

Por amor al cante

9 / 10
David Pérez Marín — 20-09-2024
Empresa — Universal Music
Género — Flamenco

“Dentro de la afición, del amor y la devoción que le tengo al flamenco, desde que nací, desde chiquitito… son cosas que se nace con ellas, después se mejoran. Voy a cantar con toda mi nobleza, admiración y cariño a ustedes, con toda la humildad y el respeto, con todo mi corazón”. Así, a pecho descubierto, con la naturalidad que le caracteriza, sin pliegues ni máscaras, cristalino como el agua clara que baja del monte, se dirige Israel Fernández al público de las peñas que tuvieron la suerte de disfrutarlo en directo junto a Antonio el Relojero, y que, gracias a esta nueva grabación, “Por amor al cante” (24), podemos volver a recrear y sentir, una y otra vez, con el duende y pasión jonda que rezuma Israel en vivo intacto.

En el arte flamenco, lo de ser “un buen aficionado”, es algo primordial, ya que, para dominar los cantes y transmitirlos con un sentimiento que atraviese al oyente, no es suficiente con tener una buena voz, además, hay que querer y saber escuchar, investigar y nutrirse insaciablemente de las raíces del género. Todos esos mimbres los posee Israel Fernández: el metal de bronce de los elegidos en la garganta y un dominio enciclopédico y apasionado del cante jondo, con el plus de tener y transmitir a cada paso una personalidad arrolladora, abrazando su contemporaneidad en todo momento. Esos matices brillaron como el oro más puro en su anterior disco,Pura sangre (23), donde, en muchos de sus surcos, resplandecía con fuerza una cuidadísima electrónica; ahora, acompañado sólo por el temple y la precisión de la curtida guitarra de Antonio el Relojero, parece dar ese tan necesario y bien entendido “paso atrás” (para seguir volando hacia delante), aquel que decía Morente que era como la vida misma, y el maestro granaíno dio tantas veces, por ejemplo, con el majestuoso e imprescindible “Homenaje a don Antonio Chacón” (77), para luego, ese mismo año, seguir alzando el vuelo con otra de sus cumbres, “Despegando” (77), ambos junto al gran Pepe Habichuela. Cierto es que Israel (como Enrique), por muchos pasos que de hacia el futuro, nunca deja atrás la pureza, porque, como decía Camarón, lleva el flamenco dentro, haga lo que haga; y en este trabajo, “Por amor al cante”, nos ofrece un recital de corte clásico por los cuatro costaos, ahondando especialmente y mostrando la raíz de una forma más cruda.

Lo que encontramos en este nuevo álbum de Israel Fernández junto al veterano tocaor Antonio el Relojero (comenzó a tocar a los 12 años y le dobla la edad a Israel), son cinco cantes de inspiración que te miran a los ojos y te marcan el ritmo del latir, fraguados al calor de los aficionados, en el encuentro que tuvieron con ellos durante una gira por distintas peñas emblemáticas de la península. Cinco palos reposados de sonido en vivo, cálido y envolvente, con interpretaciones de una maestría, templanza y sentimiento (contenido y desbordado) al alcance de muy pocos.

Arrancan por taranta, “La señorita”, cante libre en el que Israel demuestra su amplio rango vocal y esa lágrima de fuego inextinguible que le cae por la garganta, recuerdo a Pedro el Morato incluido, con Antonio derrochando personalidad, clase y complicidad en todo momento.

“Hasta la pared de enfrente / va sintiendo mi dolor, / va sintiendo mi dolor… /Cuando la pared lo siente, / ay, que será de mi corazón”. Ya no hay vuelta atrás, “En ti me ponía a pensar”, una soleá que nos deja quemaduras a cada verso, arañándonos por dentro con estrofas de amor perdido y ausencia presente, en una interpretación que, “aunque te quite la vida”, querrás degustar una y otra vez: “Por Dios que esto es matarme, / esto es quitarme la vía, / esto es comer de mis carnes”. Sin aliento estamos y seguimos por granaínas en “De cuestiones del querer”, con un toque muy elegante y sentido por parte de Antonio, con un falsete rebosante de embrujo que nos transporta a otro tiempo y lugar, desatando allá y acá oles; y el cantaor toledano haciendo magia a cada cambio de tonalidad, fraseo profundo y desgarrado, erizando hasta el aire que respiramos con los tercios finales, a los que nos agarramos y se nos agarran en lo más profundo del pecho: “Donde yo me pueda ir, / anda y señálame un sitio, / donde yo me pueda ir, / solito a llorar mis penas, / quiero acordarme de ti, / quiero acordarme de ti”.

Pequeña tregua para recomponernos en el interludio (“Por amor al cante”), donde cuentan la historia de como se conocieron, Antonio el Relojero y él: fue en un concurso de cante en una peña de Colmenar de Oreja (Madrid), el pueblo de Antonio. Israel era un chaval y cuando llegó al concurso, escuchó a lo lejos, en uno de los pasillos, a Antonio tocando la guitarra, entonces se acercó a él y le preguntó si no le importaría acompañarlo al toque, le dijo que sí y terminaron ganando el primer premio. Fue una casualidad que El Relojero estuviera allí y que Israel lo eligiera para que tocara con él, parece que estuvieran predestinados a encontrarse, tocar juntos y, tras el paso del tiempo (12 años después), colaborar de nuevo y grabar un disco.

No podía faltar en el repertorio uno de los cantes más jondos, puros, sombríos y trágicos, la seguiriya “Yo me asomé a la muralla”, transmitiendo Israel el sufrimiento del amor y la muerte con una hondura que quema a cada tercio, a cada ayeo desconsolado; quejíos dolientes que parecen salir, al rojo vivo, del centro de la Tierra, con El Relojero acompañando con sobriedad y personalidad a partes iguales, arrojando incluso rayos de luz entre estrofas. Sabiduría a cada verso, con esa enseñanza latente que parece tan fácil de asimilar y que, en realidad, o nunca terminamos de aprender o cuando lo hacemos es demasiado tarde… En palabras de Israel: “Hay que saber vivir con lo que no tiene remedio”. Y si Antonio e Israel están ahondando en las penas con uno de los palos más puros y arcaicos del flamenco, que mejor remate que (en la última estrofa) la seguiriya primigenia de “El Planeta”, la más antigua que se conoce: “A la luna le pío, / la del alto cielo, / como le pío que me saque a mí pare / de donde está metío”.

El broche perfecto por fandangos, “Yo voy a perder el sentido” (nosotros, con este último cante, también), con esa idea que late fuerte y serpentea por casi todas las canciones en algún momento: “El amor es lo que mueve el mundo, también lo más sufrió”, como dice el cantaor. Con ese fandango central que hizo grande El Carbonillero y Niño Ricardo al toque, hace ya casi un siglo y que, ahora, El Relojero e Israel, hacen suyo, llorando y emocionando en cada quejío y susurro: “Con las lágrimas se va / la pena grande que se llora, / con las lágrimas se va; / la pena grande es la pena / que no se puede llorar, / esa no se va, se queda”. La afición rompe a aplaudir cuando termina el fandango y nosotros con ellos.

Lo llevamos diciendo desde “Amor” (20), Israel no tiene techo, le corre por la sangre La Niña de los Peines, Porrina, Camarón, Morente y todos los grandes. No se puede dar más en cada interpretación, por amor al cante, con el corazón en llamas y de par en par.

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