Escribir la crítica de un disco de tu banda favorita es algo complicado, uno no puede ni debe ser imparcial por mucho que la gente piensen que así debe ser. Podrían haberle pedido a cualquier otro esta reseña, le gustase o no el grupo, o simplemente podrían habérsela pedido a alguien cuya vida no estuviera marcada por el nombre de Iron Maiden. Pero no ha sido así.
Este es el disco número dieciséis de los británicos y se publica tras cinco años de pausa en estudio, período que han utilizado para protagonizar más giras espectaculares. En todo caso, vayamos a “The Book Of Souls”, el disco que volverá a marcar un listón en la banda desde que, hace quince años, Bruce Dickinson y Adrian Smith volviesen al grupo y publicasen ese gran álbum llamado “Brave New World”. No se hablará de él únicamente por el contexto musical, sino porque “The Book Of Souls” debería haberse publicado hace ya más de un año, pero el cáncer sufrido por Dickinson llevó a la banda a esperar al mejor momento, a que todo estuviera en su lugar y a que Bruce se recuperase con éxito y a que la maquinaria funcionase nuevamente como una apisonadora.
Que una formación como Iron Maiden se atreve a lanzar un doble disco muestra ya su intención de crear algo especial con este álbum. Los temas de cinco minutos escasean y solo “Death Or Glory” o el single “Speed Of Light” son de ese estilo (temas rápidos y directos). Desde el inicio del disco con “If Eternity Should Fall” –dividida en varias estructuras dentro de una misma composición- nos encontramos con los tics más significativos de Iron Maiden, con sus riffs más característicos, sus cabalgadas a doble guitarra, su bajo en primer plano y esa deriva progresiva que han tomado desde que lanzaron “Dance Of Death”. El resultado es que “The Book Of Souls” es una mezcla perfecta entre los viejos Maiden de “Seventh Son Of A Seventh Son” y los nuevos, que suenan más a “A Matter Of Life And Death”. “The Red And The Black” es el único tema compuesto por Steve Harris en solitario y lo tiene todo para que funcione en directo: parones, ritmos pegadizos y coros para que el público lo coree hasta la extenuación, junto a un riff emocionante que uno apostaría a que es obra de Adrian Smith.
En “The Book Of Souls” también descubrimos que, cada vez más, la personalidad de Dickinson se esconde tras la mayoría de canciones. ¿Y cómo lo sabemos? Pues es sencillo. Estoy seguro de que casi todas las canciones tendrían un lugar si el vocalista volviera a publicar un disco solitario, puesto que muchas siguen la estela de “The Chemical Wedding”.
Podría hablar extensamente de cada una de las piezas del disco, pero quizás resultaría tedioso para quienes no son fans a muerte de la banda. Ahora bien, no voy a acabar esta reseña sin destacar “Empire Of Clouds”, un tema de dieciocho minutos –el más largo de su carrera tras el majestuoso “Rime Of The Ancient Mariner” del irrepetible “Powerslave”- en el que el teclista Michael Kenney vuelve a tomar protagonismo en disco y que resulta ser un tema lento y preciosista que arranca a partir del minuto siete, creando algo único y diferente en el universo de una banda muy especial.
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