Light Verse

Hay artistas de los que cabe esperar siempre un cierto tipo de disco y, sobre todo, unos niveles mínimos de calidad. Es un derecho/obligación que se han ganado por fiables y solventes tras años facturando obras de aspecto tirando a impecable. Es el caso de Samuel Ervin Beam, quien suma ya más de dos décadas como Iron And Wine y que, en efecto, puede presumir de haber dejado pocos borrones por el camino. Arropado siempre entre indie-folk y pop de quilates, el de Carolina del Sur presenta ahora el que es su séptimo álbum de estudio al margen de colaboraciones.

“Light Verse” luce (nunca mejor dicho) de nuevo como obra equilibrada con naturalidad entre ambos géneros, si bien en esta ocasión podría llegar a caer con mayor intensidad del lado del pop, con melodías cristalinas y terapéuticas dando lustre a canciones de por sí limadas a conciencia. Un trabajo cocinado al habitual fuego lento del músico, en donde los elementos parecen colocados siempre en el lugar ideal en composiciones como “You Never Know”, el single “Anyone's Game”, o esa “Cutting It Close” con ecos a McCartney.

También sucede en la preciosa “Taken By Surprise” –que podría haber firmado Damien Rice–, “Yellow Jacket”, o el logrado dueto de aspecto clásico con Fiona Apple en “All in Good Time”. Aunque el tramo final del lanzamiento pierda algo de pegada y caiga en cierta inercia, el título en cuestión bien podría situarse en la parte destacada del catálogo del autor. Y, si bien el efecto sorpresa se ha disipado del todo a estas alturas, es esa misma fiabilidad inherente al artista la que propicia una estela constante de vibraciones positivas.

Aunque no sume novedades al currículo de Beam, “Light Verse” vuelve a destacar como elepé extremadamente bien construido, casi milimétricamente, cuya suma de las partes se resuelve con canciones hermosas y esplendorosas al contacto con la primavera que acontece más allá de los auriculares. Otra muesca incontestable del talento de Iron & Wine, quien evita signos de agotamiento y continúa con su senda mientras regala otro puñado de canciones en las que quedarse a vivir. O, cuando menos, propicias como terapia para afrontar la cruda realidad de ahí afuera.