Que Sam Beam es Iron & Wine es una obviedad de las que tira de espaldas, pero que su nuevo trabajo es más Sam Beam que nunca ya no lo es tanto. Y es que tras una época (“Ghost On Ghost” - 2013) en la que se lanzó alegremente a hacer canciones de folk-pop ampuloso e inflado, rodeándose para ello de músicos de sesión de primer nivel, parece que ha quedado atrás. Puede que incluso el propio Sam Beam haya quedado algo hastiado de que tampoco pasase nada y su estatus se mantuviera justo en el mismo lugar en el que lo dejó con su “The Shepherd’s Dog” (2007). O lo que es lo mismo: para no avanzar ni un solo casillero en el juego de la popularidad y seguir siendo un artista de culto, no vale la pena tantas zarandajas y mucho menos gastarse una pasta en unas producciones y un equipo de los que quita el hipo y te roba la camisa. Por eso tocaba plegar velas y volver al sonido de raíz, desnudo y arenoso, protagonizado por su excelente tono vocal y una acústica que suena como los ángeles con algún pequeño y elegante toque de pongamos un violín, una pandereta una juguetona línea de bajo... Solo hay que escuchar su lacónico aunque excelente inicio (“Claim Your Ghost”, “Thomas Country Law”) para ver que Sam Bean se lanza a un tono crepuscular que mantiene la escucha del oyente durante un buen rato, para irse desinflando poco a poco y acabar con la certeza de que pudo hacer más. Y eso que en canciones como la bella y juguetona “Bitter Truth” el acierto es de diana, pero es precisamente ese tono tan otoñal y monocorde, el que acaba jugando en contra de un disco que, cuando rueda a la altura de la comatosa “Summer Clouds”, ya parece agotado. Y si en la segunda parte debería y podría haber remontado (lo intenta, pero no logra con “About A Bruise”) se queda sin rematar la jugada.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.