Tres discos después, todavía no sabemos a qué juegan Biffy Clyro. Cada álbum es un mundo en sí mismo, pero no porque en él se encierre una personalidad valiente y cambiante, sino porque da la impresión que quieren tocar cuantos más palos posibles para contentar al máximo número de oyentes sin salir mal parados de la embestida y el popurrí que plantean.
“Infinity Land” comete la misma imprudencia estilística de siempre: a veces suenan a metal post-moderno, otras rememoran a Fugazi, también evocan tiempos post-hardcore e incluso flirtean con el post-grunge; todo en un mismo discurso, disperso y desperdigado, sin brújula ni voz propia. Un guirigay sin orden ni concierto en que los británicos exponen con limitaciones y más fuerza que maña su particular y curioso melting pot rockero, demasiado almidonado y ortodoxo para modernillos y demasiado light para amantes de las sensaciones fuertes. Mucho ruido y pocas nueces.
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