El legado del denominado Sonido Gotemburgo, que ayudaron a conformar bandas como Carcass, Dark Tranquility o At The Gates, llevó a la escena sueca a una edad dorada en los años 90. Pero la evolución relativa que han vivido esos grupos fundadores es otra historia bien distinta. La trayectoria más susceptible sería la de In Flames y su giro hacia el metal moderno melódico. En términos de rentabilidad, mal no les ha ido. Tras posicionarse en el número 1 de listas de ventas en Suecia o Australia, y entre los diez primeros en numerosos países, este vigésimo tercer álbum se enfrenta, como sus predecesores, a la polémica de la comercialidad y a una fórmula menos sujeta a algún tipo de experimentación creativa, lo cual siempre ha sido señalado por el público metalhead de oído más entrenado.
Con este "I, The Mask", Anders Friden, su vocalista, un hombre tranquilo y reflexivo, plantea la cuestión de la identidad como una máscara, llevando a lo performativo y lo musical una reflexión desarrollada por sociólogos como Erving Goffman. Y es que esta es una temática que Anders encarna perfectamente, pues ha acusado numerosas veces la problemática de sentirse expuesto y criticado con frecuencia. Ningún reproche le haremos aquí, en un álbum donde las melodías de voz son las protagonistas, combinando con indudable talento el registro gutural y melódico.
Este álbum afronta otra etapa de cambios en la formación. Se despide Joe Rickard, que ha sido sustituido por Tanner Wayne (ex Scary Kids Scaring Kids y Chiodos), así como el bajista Bryce Paul, cuyo relevo lo tomó en 2017 Peter Iwers. Quienes siguen incansables al frente son los guitarristas Björn Gelotte y Niclas Engelin, que han plagado de riffs y cambios de registros a mil revoluciones por hora. Los arreglos electrónicos y de teclados (parece que nunca se dignarán a delegar todo esto a un músico fijo en la formación) cierran la carta de ingredientes que In Flames explota. En directo, son una salvajada, pero la impresión general del disco es que se ha pecado de sobreproducción. Las canciones parten de premisas sencillas que se enreversan Esos breves breakdowns y cambios de tono parecen recursos inagotables para dotar a las canciones del minutaje necesario, en detrimento de la ostentosidad instrumental, que algunos creen pasada de moda. O quizá sea justo al revés.
Es quizá por ello, que, alejado de personalismos, la banda se ha centrado en reflejar en estos doce nuevos cortes, la variedad que la discografía de la banda ha ido asentando. Así, un primer bloque, implacable y agresivo, es el repertorio que están llevando a directos: '(This is Our) House', el mejor track del disco y una llamada explícita al coreo del público, 'I Am Above', 'Voices', o las que han sumado recientemente en sus directos: 'Call My Name' o 'Deep Inside'. En suma, estamos ante el sonido más potente de In Flames en muchos años. Luego encontramos otro bloque, e incluso algunas baladas como 'In This Life'. Una forma de airear el disco hasta desembocar en la pieza que cierra el trabajo, centrada en el formato acústico, 'Stay With Me'.
En definitiva, un trabajo algo complaciente y demasiado producido, pero que mantiene el pulso al oyente más exigente. In Flames no sorprenden con este disco, pero convencen y estrechan relaciones con su público más fiel.
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