Ejerciendo como buenos discípulos de sus propios consejos existenciales, que recomendaban dirigirse alegres y despreocupados hacia la muerte, el caso omiso practicado por Ilegales respecto al llamado de la tumba les ha otorgado una carrera que se extiende más allá de las cuatro décadas. Una extensión que les concede la denominación de banda clásica, en activo, exceptuando ese breve hiato de un lustro escaso, desde inicios de la década de los ochenta. Una presencia casi ininterrumpida en el panorama musical que, al contrario de lo sucedido con otros ejemplos, consecuencia a veces de la propia desidia creativa y otras por la plaga nostálgica que envuelve a muchos oyentes incapaces de renovar su imaginario, tiene el elogiable mérito de haber logrado incorporar en igualdad de condiciones a su repertorio incuestionable de himnos composiciones fechadas en épocas más actuales. Una constante revitalización de su incendiario legado que solo puede ser achacado a las virtudes de Jorge Martínez y sus acólitos, incólumes al paso del tiempo y resistentes a la caducidad de su verbo afilado. Por algo ellos siguen siendo jóvenes y arrogantes, tal y como sentencia el título de su nuevo disco.
Afirmar que estamos ante un disco especialmente variado y abierto a innumerables ritmos es tan cierto como que esa característica ha acompañado a la formación desde su mismo alumbramiento. Una acracia estilística que sirve al mismo tiempo para exhibir el fondo de armario que han recopilado a lo largo de su historia pero que también revela una admirable capacidad para volcar todo ese conjunto alrededor de una personalidad absolutamente reconocible, por mucho que esté configurada de partes muy diferenciadas. Una caleidoscópica visión que lejos de ser un mero ejercicio de recolección de dialectos “ilegales” acumulados en su biografía desemboca en la construcción de una identidad particular asignada a esta colección de canciones. Un resultado en el que tiene mucho valor la aportación de Juanjo Reig, figura que ostenta un currículum de pertenencia a bandas como Cycle, Krakovia o Ingresó Cadáver y que en su tarea de colaborador en las labores de producción ha significado una contribución decisiva a que esta puesta en escena del grupo asturiano esquive cualquier tentación por mecerse sobre un discurso musical reiterativo.
Más allá de las sustanciales, aunque a primera vista agazapadas, incorporaciones que aglutina el álbum en la faceta instrumental, su propio concepto está desplegado sobre un evidente halo de nostalgia que se trasluce en un clima sonoro menos violento, que incluso llega a permear en esa díscola narración biográfica de su autor. Ejemplo paradigmático de dicha sensación recae, como es lógico, en el tema titular, porque a pesar de ilustrar la todavía hoy intacta supervivencia de ese espíritu kamikaze, se consigue olfatear el rastro de la batalla dirimida entre la memoria del ayer y el presente. Una dualidad, manifestada en esta pieza con ese habitual borbotoneo de bases rítmicas y una voz de envalentonado recitar, que se filtrará igualmente al campo musical, donde en ese flanco más salvaje se apostarán valientes los vertiginosos ritmos rockabilly herederos de Robert Gordon o The Cramps, sustento para la tensionada y rocosa actitud punk de “Es ansiedad”, diagnóstico de esa sofocante enfermedad contemporánea, o una orgánica y sobria “El mundo contra ti”, que sustituye como entre represivo aquella segadora liberticida que entendían suponía la educación por una escolástica laica dictada por los puritanos.
Sin desmerecer en absoluto el peso y la trascendencia de estos temas más viscerales y de rápido impacto, lo más jugoso y, por otro parte, lo que hace a este disco despuntar, son sus piezas de melodías sinuosas, repletas de detalles donde encontrar el arraigo clásico de la formación y su confluencia con el presente. Un punto de encuentro que en el plano sentimental recogen sus particulares odas a los bares, enclaves enunciados por igual desde la luminosa vitalidad de los ritmos latinos – influencia explícita en su proyecto Jorge Ilegal y los Magníficos pero también instalado en temas pretéritos como “Al borde”- presentes en “Moloko” o a través del rock espectral que hace de “El fondo de la noche” un retrato turbio pero acogedor, o la remembranza del idilio mod en “El Face”, agitada con el pulso melódico de unos riffs y teclados inspirados por los mismísimos The Jam. Relatos donde la necesaria ingenuidad y la tragedia comparten destino.
La faceta lírica que nunca ha abandonado a este irredento asturiano adicto a las hazañas existenciales, empuñada en paralelo bajo el auxilio del desengaño metafísico propio del Siglo de Oro y el palpitar sensitivo del simbolismo, se visibiliza en todo su esplendor entorno a las composiciones de carácter más insinuante. Ambientes nutridos con extremado mimo de la psicodelia californiana en “Se abrirán los cielos”, que señala a la inacción como huésped propiciatorio para el derrumbe de la historia, y que hacen de “Luminoso viento nocturno” otra de esas postales de pop evocador y fantasmagórico romanticismo que decoran su discografía. Una alargada trayectoria que todavía es capaz de revolverse sobre sus cimientos para alumbrar canciones de sorpresivas estructuras, sobre todo las que se valen de cortantes riffs con identidad post punk, aptas para acoger en “El Efrit y la envidia” una interpretación absolutamente serena y delicada, a pesar de su carácter eléctrico, como para desencadenar un fraseado airado e imponente en “Orfanato minero”. Dos genialidades que además logran encapsular esa dualidad conceptual por boca del ser mitológico de ambivalente moralidad o el estremecedor pasaje de quien está condenado a nacer sin panes ni peces bajo el brazo, solo bautizado por el aliento de la inclusa.
Valdría para ponderar el nuevo trabajo de Ilegales señalar que tras cuatro décadas de actividad musical sus actuales composiciones siguen manteniendo intacto el desempeño por hacer el ruido necesario, sonoro e intelectual, como para incordiar al adocenamiento colectivo. Pero esta virtud se antoja insuficiente cuando nos encontramos con un trabajo dotado de muchos más pliegues y una rotunda vocación por evitar caer en la complacencia propia y ajena, revitalizando y asumiendo sutilmente remozadas presentaciones de su identificativo lenguaje. Mientras que otros autores hacen de su obra la vía de escape para acudir a mundos más estimulantes, Jorge Martínez se nutre de su despreocupado camino por el abismo para engendrar sus composiciones. Por eso, en esta nueva representación se debaten el coleccionista de soldaditos de plomo, el surcador de ignotos mares y por supuesto el fiero abrevador, todas ellas encarnaciones de una misma persona que sigue contabilizando en absolutos éxitos artísticos la práctica de ese deporte de riesgo que supone enfrentarse a la norma común.
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