Es curioso cómo cambia la percepción sobre una obra artística. Para uno de sus creadores, Mark Bowen, el espléndido cuarto disco de los de Bristol “Crawler” tenía sus deficiencias, precisamente por tener cosas “inacabadas”. Es algo que Idles han tratado de remediar en un quinto trabajo en el que combinan contención, experimentación sonora y más “información melódica”, con la ayuda del experto productor Nigel Godrich (Radiohead). Los resultados oscilan de lo deslumbrante a lo discreto.
“TANGK” es una palabra inventada que hace referencia a un reinicio sin referencias conocidas. Superado el visceral viaje catártico que proponían en “Crawler”, toca volver a empezar añadiendo matices a la vitalidad que siempre han mostrado. La alianza de Mark Bowen con el responsable de la estética sonora de Radiohead, es toda una declaración de intenciones. Dominan los tempos reposados y las atmósferas en un álbum que, aunque cuenta con algún single poderoso como “Grace” (también a menos revoluciones), funciona un poco espasmódicamente.
Y parece normal que a un nivel puramente sonoro suene tremendo, desde el mismo bombo de “IDEA01” y su piano fantasmal tan (lo siento) Radiohead, al ritmo de batería y el estribillo feroz de “Gift Horse”, que nos mete en espartanos terrenos familiares, sólo que con el puntito de sofisticación que incorpora Godrich. “POP POP POP” lleva la influencia del hip-hop a otro nivel, y “Roy” baja de revoluciones desde una simplicidad que remonta en unos estribillos desaliñados que evocan glorias musicales de los cincuenta. “A Gospel” es probablemente la versión más introspectiva del quinteto.
“Dancer”, con su estribillo de punk funk y las voces de James Murphy y Nancy Whang, es un single muy potable que anticipa “Grace”, la mejor canción, con esa contención pesada que se abre con la desafiante letanía de “No God, no king, love is the thing…”. El guarreo punk de “Hall & Oates” no pasa de lo anecdótico, y “Jungle” combina un riff discreto con un estribillo abiertamente melodramático. Nos queda la robustez espartana del bajo y la tensión de “Gratitude”, cuyo acelerón le da mucha vida. “Monolith” pone un delicado epílogo, con unos segundos de saxofón.
El despliegue de “TANGK” funciona por momentos, pero viniendo de la inspiración de “Crawler” y su inspiración visceral, se me queda un poco corto. Supongo que es inevitable cuando uno acomete su quinto disco después de haber tocado el cielo. No cabe duda, sin embargo, de que varios de los cortes de este disco harán del demoledor directo de los británicos una experiencia aún más rica.
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