Como si de una versión nipona de Julia Holter se tratara, en estos niveles estamos hablando cuando nos referimos a la compositora e intérprete Ichiko Aoba. Algo así como una trovadora pop barroca en la duermevela. Reina de los susurros que, incluso, se agarra a la melancolía achampañada francesa en cortes como “COLORATURA”, primer escalón de un trabajo que prosigue la racha triunfal de bandas sonoras y álbumes previos como el brillante “Windswept Adan” (20), con el cual subrayó la rica fauna de sonoridades oníricas que pueblan su cosmos particular.
En este sentido, “Luminescent Creatures” es la confirmación de un modus operandi capaz de bucear en el minimalismo más puro, tal que en “mazamun”, como de arrojarnos a océanos de cinemascope orquestal como el tejido en la enorme “Lucifèrine”. Eso sí, el ambiente general que timonea el obnubilante crisol de sensaciones aquí invocado es el de cortes como “prisomnia”, donde la hipnosis proviene de las leyes sagradas del menos es más, de cantos de sirena y sonidos de corte oceánico que también la emparentan con la versión pop menos experimental de la gran Kaitlyn Aurelia Smith. En su caso, por medio de un gran caudal de sonoridades que apelan al clasicismo incorpóreo del pop. Uno ideado desde la aplicación total y absoluta de la ensoñación como forma de cocinar sus canciones a través de una base minimal acústica mediante la que Aoba moldea su narrativa pop de forma sinuosa, magnética.
En definitiva, un trabajo de corte crepuscular, otoñal en el sentido más amplio del término, ideal para adentrarnos en la discografía de una artista que viene a recordarnos por qué en el país del sol naciente se les da tan bien embrujar el pop desde las formas más surrealistas del sueño.
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