The Stone Roses se separaron en 1996, dejando tras de sí uno de los mejores debuts británicos de la historia y un segundo disco, "Second Coming" (Geffen, 94), a todas luces infravalorado. Surgió entonces la duda acerca de quién de sus principales artífices era poseedor del auténtico talento y, en consecuencia, se imponía como valedor principal del extinto grupo. El paso del tiempo ha evidenciado que el fenómeno fue consecuencia imbatible de la sinergia provocada por las personalidades, creativas pero también humanas, de cada uno de los cuatro miembros del grupo.
En cualquier caso, John Squire decidió mantenerse alejado del micro (función encomendada a Chris Helme) y fundó The Seahorses para publicar "Do It Yourself" (Geffen, 97). Un único disco tan disfrutable y funcional como en realidad intrascendente, pero que encajó de maravilla al amparo de una etiqueta aún en auge como la del Britpop. Por su parte, Ian Brown cocinó a conciencia y con implicación exhaustiva su debut en solitario, logrando con "Unfinished Monkey Business" (Polydor, 98) un álbum brillante. Un trabajo descarado, orgulloso y desafiante que a la postre ha quedado como el mejor de toda la carrera en solitario de King Monkey. Tras él y poco más de un año después llegaría el también destacado "Golden Greats" (Polydor, 99), que daría paso a una serie de publicaciones sensiblemente más irregular e incluso, en el caso de "The World Is Yours" (Polydor, 07), directamente prescindible. La última entrega hasta ahora del icónico músico aparecía ya lejana y, aunque con altibajos, cabe afirmar que "My Way" (Polydor, 09) fue un trabajo aprovechable.
Después llegó la vanagloriada resurrección de los Roses, concretada en gira exitosa, un documental acerca de la misma, y un par de (discretos) temas nuevos que finalmente no fructificaron en elepé completo. Y así, una década después de su anterior lanzamiento y con la mítica banda de nuevo en barbecho indefinido, Ian Brown regresa a escena con su séptimo disco de estudio. Una publicación ansiada dada la amplia espera y el aura que tiende a acompañar al firmante, pero que a las primeras de cambio se manifiesta como catastrófica decepción. "Ripples" (Universal, 19) es, con diferencia, el conjunto de canciones más inofensivo y aburrido que ha firmado Brown en más de dos décadas de carrera. Una referencia de diez piezas a lo largo de la que, por momentos, el mancuniano logra parecer una caricatura o burda imitación de sí mismo.
El producto se abre con la facilona “First World Problems”, que sin embargo (y dado el nivel) termina aupada como una de las mejores del lote, antes de dar paso a (ahora sí) la única gema que esconde el asunto; “Black Roses” lleva la marca del autor, y remite a la época dorada del músico gracias a su osadía intrínseca. A partir de ese momento, el elepé se torna tedioso con piezas como la acústica “Breathe And Breathe Easy (The Everness Of Now)” -que suena como maqueta destinada a cara B-, la vulgar “The Dream And The Dreamer”, o ese corte que da título al trabajo y huele a refrito. Sólo el medio tiempo “From Chaos To Harmony” destaca levemente, mientras que las insulsas “Blue Sky Day” y “Soul Satisfaction” preceden al bochornoso ramalazo reggae de “Break Down The Walls (Warm Up Jam)”, en un cierre que certifica el desastre.
"Ripples" (19) es un álbum inconexo entre sus propios eslabones, vacuo, carente de nervio y (lo que es peor) de auténtico talento. Sin duda éste será uno de los batacazos más hirientes de la presente temporada, del tipo de los difícilmente defendibles por su irritante escasez de ideas y nula profundidad. Un bagaje paupérrimo después de diez años de silencio, y más doloroso si cabe atendiendo al otrora glorioso curriculum de su autor. Uno de esos discos que defraudan tan profundamente que incluso terminad por dejar un poco tocado el mito
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