El debut de Hooton Tennis Club resulta considerablemente atractivo, y eso que en realidad el disco no es ninguna maravilla ni presenta un sonido novedoso a lo largo de sus doce cortes. En realidad es más bien todo lo contrario, después de que el grupo británico se zambulla en pleno indie norteamericano de los noventa para saquear a grupos como Pavement, Weezer o They Might Be Giants, además de prestar atención al catálogo de Burger Records y manejar influencias de otros artistas desinhibidos como Ariel Pink.
El cuarteto completa la ecuación tirando de una planificada baja fidelidad con la que unificar un álbum que, producido por Bill Ryder-Jones (ex The Coral), suena refrescante, agradable y desvergonzado. Y es que, aunque se eche en falta mayor recorrido y variedad, lo cierto es que las canciones se suceden con solvencia disfrutándose precisamente gracias a su contagiosa despreocupación.
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