El cuarteto estadounidense que más ha hecho por popularizar el punk en los últimos veinte años apela al honor para recuperar el sonido más clásico de su trayectoria, el menos arisco y el producido con las formas que antaño les situaron en un lugar privilegiado.
En este octavo disco no suenan tan actuales como en sus últimos pasos y al mismo tiempo suenan más atemporales que nunca, con todo lo bueno y lo malo que eso implica. Catorce temas adictivos fácilmente coreables, producidos por Brett Gurewitz (capo del sello y guitarra de Bad Religion, por si no lo recordaban), sin sorpresas, con sus momentos de ska (“Everybody’s Sufferin’”), con la particular forma de cantar de Tim Armstrong y Lars Frederiksen, y con invitados como Mike McColgan (Street Dogs) o Kevin Bivona (The Interrupters). Lo de siempre, vamos. E interpreten eso en el más positivo de los sentidos.
Los Rancid de 2014 no son mejores que los de 1995, suenan muy distintos a los de 2000 y 2003, echan la vista atrás como no hicieron en 2009, pero son Rancid y suenan a Rancid, leches. ¿Qué más podemos pedirles? ¿Qué firmen una nueva obra maestra? La verdad, eso me trae ya sin cuidado a estas alturas. Con tenerles por aquí en la forma en la que lo están en “Honor Is All We Know” ya me parece suficiente.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.