Como uno de esos momentos en que una chavala aparece en la pista cuando vas bastante pedo y en la disco suena TU canción, reconozco que me crucé con Holograms en las mejores condiciones posibles: durante unas vacaciones, sonando por los altavoces de “la tienda” de discos en Manchester. Y, coño, ponte en mi lugar, si te has pasado el día visitando las oficinas de la Factory o el lugar donde los Sex Pistols cambiaron para siempre la historia de la música uno se encuentra especialmente sensible y predispuesto a según qué cosas. Así que cuando las canciones de este joven cuarteto de Estocolmo empezaron a caer como puñetazos sobre mi cabeza, con esa producción deslavazada, los teclados de baratillo y una dicción que, impostada o no, rezuma a orgullo barriobajero de la Europa (que ya no sólo Inglaterra) anti-tatcheriana, sencillamente no pude contener la emoción. “Holograms”, el disco, tiene mucho de profanación de tumbas, pero al mismo tiempo supone un inmejorable chute de energía para tus oídos en estos tiempos que corren. Y eso no es moco de pavo, si acaso… ¡moco de punk!
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