“En la guerra y en el amor, todo vale”. Un aforismo tan caduco como acertado para referirnos al debut de Hofe. El navarro y sus inseparables Rem Zelak y Hattori Hanzo (AKA 4:40) han facturado una mixtape incontestable. Todo cabe en “Amodioa”. (Des)amor y odio. Chulería y pasotismo. Sincera intimidad y parranda. Ansiedad y calma. Entre los tres, han conseguido encapsular en siete píldoras una amalgama de géneros, influencias y referencias que suenan como una sola; un pastillazo rojo tomate que lo mismo puedes bailar en un parking como Chimo Bayo, que llorar a solas en tu habitación como Yung Lean.
Con un estilo y trayectoria análogos en cierta manera a los de Rojuu, después de haber publicado varios singles, sin más cohesión que las personas implicadas en ellos, han articulado un producto de pop sin mácula envuelto en una producción cristalina, impropia de unos músicos de la edad de los (presuntos) implicados. Todo suena en su sitio, nítido y calculado. Un trabajo donde la electrónica funciona como hilo conductor entre los diferentes tracks, fusionando rap, (emo)trap, bakalao, punk, (hyper)pop, new wave, 80s, 90s… que unidos, construyen de forma natural un concepto de nombre Igotz y de apellido Mendez. Bañadas en su propio costumbrismo, unívoco y unipersonal, las canciones consiguen plasmar las ideas, sentimientos y vivencias de una generación movida por la inquietud y por las ganas de crear (“¡hay que hacer!”, decía Lucio), y que además, dispone de las herramientas y el conocimiento para hacerlo. Innovación musical (para los estándares euskaldunes al menos) que bebe de sonidos heredados de sus mayores, sin la vergüenza del “qué dirán” que nos inculcaron a quienes los antecedemos. Porque es lícito tener a Ruper, Manzanita, Eskorbuto y Don Omar en tu historial de Spotify de manera pública, sin haber hecho uso del modo incognito destinado a escondernos de los gatekeepers. El concepto “guilty-pleasure” ha muerto. Dios salve a Camela.
El viaje sonoro comienza con el que también fuera el primer adelanto, “Joven lehendakari”, un hit urban con aires ochentas que pide a gritos un remix como los de la Chill Mafia. Aquí ya podemos ver una de las características más personales del MC: el uso constante de nombres propios en sus punchlines. Ya vengan de la cultura popular (Donna Karan, Verdeliss) y cinematográfica (Leos Carax, Bigas Luna, Wes Anderson, Kurosawa, Rohmer, Nolan, Besson), de referentes generacionales (Atari, Megatrix, la bruja Sabrina) o de localismos con Euskolabel (Betizu, Etxebeste, Iosu, Mariezkurrena, Eneko Sagardoy), dotando a las composiciones de una personalidad única e intransferible. Algo similar a lo que hace, por ejemplo, Bejo, pero desde la isla de la Rotxa. Mientras tanto, van pasando las pistas y el bagaje sonoro: “Mzmz (Tek)”, techno de Txitxarro y forro polar, “2 esku 2 laban”, indie con barras que golpean como Tyler Durden, “4 me”, exaltación de la amistad revisitando a Ele V, “Si no te lo kiero decir”, instrumental post-punketa w/Suneo Chillma, “Kurosawa”, indietrónica cinéfila, y “Handia”, la balada under para terminar, acompañada de un videoclip que rebosa pasión por el séptimo arte. Porque la imagen es fundamental para una generación que ha nacido sujeta a ella, y todo en “Amodioa” está cuidado hasta el último detalle, como si hubieran cogido la estética Canada para reinventarla con K de Kortatu. “Las cosas se acaban, el arte trasciende”.
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