El heavy metal no sería lo mismo sin Metallica. De acuerdo, tampoco sin Iron Maiden o Judas Priest. Y sin Black Sabbath o Led Zeppelin, sencillamente, no sería. Pero el cuarteto de San Francisco lo aceleró primero, lo modernizó después, y lo popularizó definitivamente alcanzando un amplísimo y variado espectro de público hasta entonces impensable. Parte de la culpa la tiene el famoso “Black Album”, discutido en su momento y actualmente clásico absoluto, una depuración de su thrash metal fundacional con patrones más rítmicos y cercanos al rock, pegadizo y contundente, y con un sonido depurado y espectacular.
La referencia a ese disco para hablar del nuevo lanzamiento del cuarteto no es gratuita: varios de sus cortes remiten directamente al disco negro, por espíritu y sonoridad. No debe extrañarnos: aquel álbum fue el que aunó más felizmente su pasado, el fervor de los fans y la voluntad de Metallica de trascender el género heavy metal para alcanzar el estatus de estrellas del rock. Y vaya si lo lograron. Su entrada en el Rock and Roll Hall of Fame aún quedaba lejos, pero llegaría.
Su gira de 2011 para celebrar los veinte años de ese disco ha influido, por supuesto. Canciones como la inicial “Hardwired”, con un arranque de redobles de caja herederos de “Holier Than Thou”, parecen casi grabadas en las mismas sesiones de ese trabajo, aunque con un sonido más orgánico y pisando a fondo el acelerador: el mismo tema se redirige pronto hacia un riff old school hermano de clásicos como “Fight Fire With Fire”; una brutal explosión de adrenalina condensada en apenas tres minutos, el corte más directo y breve del conjunto.
Los otros dos avances del disco basculan entre esta línea y numerosas estructuras y riffs de su época dorada de los ochenta. Es el caso de la rítmica y notable “Moth Into Flame”, melliza de “The Struggle Within”; o de “Atlas-Rise”, cuyo último tercio alberga un breve pero memorable y épico pasaje instrumental con ecos a “Master Of Puppets”. El problema es que los tres singles se cuentan entre lo mejor del disco.
El resto de sus ochenta minutos se reparten entre una suerte de “Load” y “Reload” hinchados de anabolizantes y un “Death Magnetic” más inspirado en cuanto a estructuras y autorreferencias. Un buen ejemplo de ello es “Now That We’re Dead”, medio tiempo de guitarras corpulentas y pegadizas líneas vocales, sobrado de groove y con un vacilón estribillo hard rockero en la línea de “Broken, Beat & Scarred”. Resulta fácil imaginarlo coreado en grandes estadios. A continuación, “Dream No More” se da un aire a “Sad But True”, aunque también podría haber salido de las sesiones de "Reload"; y “Halo on Fire” se erige como semi balada de arpegios envolventes, con un Hetfield más melódico y libre de lo habitual y un crescendo de clímax luminoso.
Hasta aquí, pocas objeciones. Se aprecia, en general, más velocidad, variedad y montones de cambios, como si estuviéramos ante una colección de canciones formadas por varias canciones, de unos siete minutos de media y una clara renuncia al concepto de hit, lo que hace recomendable escucharlas enteras y huir de juicios apresurados.
La decepción tras el fulgurante despegue llega en la segunda parte de este doble álbum: “Confusion” empieza con unos redobles a lo “Am I Evil” (su versión de Diamond Head) para derivar hacia una versión más heavy de “The Thorn Within”; “ManUNkind” arranca con unas notas de bajo herederas de "My Friend of Misery" para abordar un medio tiempo sabbathiano de líneas circulares y entrecortadas; y “Here Comes Revenge” irrumpe como una “Harvester of Sorrow” ralentizada y uno de los mejores riffs del álbum. Una lástima que derive hacia un pronunciado anticlímax que subraya la previsible “Am I Savage”, una de las más flojas de la serie. La cosa remonta ligeramente, aunque tarde, con las primeras notas de “Murder One”, con una introducción similar a “Fade to Black”.
Y así llegamos a “Spit Out The Bone”, que cierra el disco tal como se abre: con una auténtica explosión de thrash metal responsable de las comparaciones del álbum con “Kill ‘Em All”: su vertiginoso tempo y su riff central enlazan directamente con el veloz rasgueo de clásicos como “Whiplash”; un monumento metálico a su legado, curiosamente fresco y con unas vibrantes líneas vocales que confirman la definitiva recuperación de Hetfield al micrófono. Uno de los mejores temas de este “Hardwired”, que concluye, así, con una cegadora llamarada, como suelen cerrar sus trabajos (“Metal Militia”, “Damage, Inc.”, “Dyers Eve”, “My Apocalypse”).
La sensación tras el primer silencio es de victoria agridulce: confianza recuperada, pequeñas sorpresas y picos de emoción, pero sin alcanzar el triunfo rotundo que “Hardwired... To Self-Destruct” podría haber sido. Habrían hecho bien Lars y compañía en aplicarse la máxima del menos es más y centrarse en siete u ocho temas (los del primer disco del álbum, “Spit Out the Bone” y “Lords of Summer” si me apuran, incluido en la versión extendida), en cuyo caso estaríamos hablando de su mejor trabajo desde el “Black Album” con diferencia (que lo es), pero sin la boca pequeña. Nos quedamos con eso y sonreímos al imaginarnos cómo arderá este arsenal inflamable de primera en mitad del que sigue siendo uno de los mejores directos del planeta.
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