¿Cómo?¿Un disco alegre de Cursive? Pues doble motivo de ilusión, que bastantes dramas hay ya. Lo más importante es que la ilusión se ve refrendada con un disco de esos que siguen contribuyendo a que la discografía de un grupo sea algo cercano a lo impecable.
Todo ello con el mérito de sacar álbumes en los que el hilo conductor es únicamente la fuerte personalidad de los de Omaha: después del tratado sobre el dolor del amor de “Domestica” y el cínico surrealismo de “The Ugly Organ”, la banda ha sabido ensamblar a la perfección y de manera circular estos nuevos catorce temas. Claro está que la cara más radiante de Cursive es una cara que se ve iluminada por los vientos que han sustituido a la cellista Gretta Cohn pero son unos vientos que colaboran en crear atmósferas teatrales, casi expresionistas (Tim Kasher intenta evitar autoparodiarse vocalmente, otro punto a favor), de en ocasiones una fanfarria ruidista que recorre los tres lados en los que se apoya el triángulo del pueblo imaginario Happy Hollow (que recuerda irremediablemente al Dogville de Von Trier): la moral religiosa tradicional, la coacción política moderna y los insectos sobre los cuales recaen ambas lacras. Nuestros respetos una vez más, señor Kasher y compañía. El mérito es enorme.
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