A cada nuevo disco labrado, Hans Laguna abre una nueva estancia dentro de un laberinto en el que nadie más que él parece estar capacitado para encontrar la salida. Si es que quiere, porque con discos como este, la sensación es que no existe el más mínimo interés en ello. Si con "Oteiza" (2013) ya había dejado claro que su curiosidad está por encima de la intención de definir un estilo reconocible, con este póquer de cortes sentencia a muerte cualquier posible rastro de homogeneización en su discurso. Y lo hace rizando de nuevo el rizo en su enfoque minimalista. Con tal fin, qué mejor que absorber las propiedades mántricas de la música india y adaptarlas en su praxis de acción. En esta misión, ha sido clave Shreevats Venkateshwaran, con quien ya había dejado aflorar tan agradecida comunión cultural en el BAM del año pasado. Aquella experiencia vino acompañada de un viaje a la India. Dicha curiosidad por ampliar sus coordenadas geográficas ya se habían podido contemplar en su anterior álbum. Precisamente, es de ese trabajo del que han sido recogidas cuatro canciones, totalmente reinventadas bajo los usufructos del canon indio.
Hilvanadas bajo telares melódicos de uno o dos acordes, las armonías fluyen como un castillo en el aire; especialmente en "Mis días · Dumadum mast qalandar", cierre a mayor gloria de un maridaje continental que refuerza de argumentos la saludable tendencia de Hans Laguna por romper en carcajadas a todo el que lo etiquetó de cantautor indie en su día .
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