Guadalupe Plata 2023
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Guadalupe Plata 2023

8 / 10
Kepa Arbizu — 16-05-2023
Empresa — Everlasting Records
Género — Blues

Antes de que el concepto de la España vacía(da) se colara en el imaginario colectivo, ya existía un grupo originario de Úbeda, denominado Guadalupe Plata, que se erigía, a base de recoger el blues más primitivo o el rock and roll de palpitar tribalista, como involuntaria banda sonora de ese sentimiento de desamparo -ya fuera real o simbólico- brotado de la tierra yerma. Estampas delineadas con semblante árido y crudo como reflejo de esas extensiones despobladas donde un silencio mortuorio parece ser su hábitat predilecto. Trazos musicales que parecen impulsados por esos espacios de onírica angustia descritos por Juan Rulfo, donde campan a sus anchas todas aquellas ánimas incapaces de encontrar cobijo y empeñadas en entonar su angustiosa canción.

Presentados para esta ocasión bajo un formato de dúo, Pedro de Dios y Carlos Jimena nos invitan con su nuevo disco a participar en un juego de fúnebre liturgia. Convirtiendo cada una de sus estaciones de paso en un emocionante y misterioso encuentro sonoro, la suma de ellas dan como resultado un tablero que incita a desplazarse al son del rumbo impuesto por una propuesta que ha avanzado, sutil pero constante, hacia un territorio donde las virulentas tormentas de arena han dejado espacio a una omnipresente bruma desértica. Espartanas y turbias maneras que son la consecuencia de un proceso de grabación, bautizado bajo el representativo nombre de Estudio Ataúd, que pese a desarrollarse en diversos lugares, ha utilizado una común determinación de manejar aparataje rústico, como la grabadora de cuatro pistas. Un desarrollo culminado en ese bazar mágico en que se ha convertido el estudio de La Mina gracias a la mano de su alquimista particular, Raúl Pérez.

Si hay un efecto climatológico ligado íntimamente a esa representación de lugares de plomiza sustancia es la “Calima”, nombre del tema inicial de este disco que se desenvuelve entre una guitarra twang que hace de sedimento sobre el que un saxofón zigzagueante, de acento arabesco, se comporte cual serpiente reptando por un indómito paraje. Más allá de la constante evolución que Guadalupe Plata ha ido efectuando, los sonidos anglosajones, en su vertiente más incisiva, siguen ejerciendo de tempestuoso oráculo, ya sea visibilizado en la figura de Howlin’ Wolf, lo que se traduce en un boogie terroso en “No hay dónde ir”, o de John Lee Hooker, sinónimo de una turbia electricidad que en “Tía Tragantía” desemboca en un estridente escenario, propicio espectáculo para reproducir una de esas leyendas populares convertidas en miedo atávico para impedir conciliar el sueño. Comprometidos con ese aspecto ligado a las raíces americanas, aparecen episodios como “Al infierno que vayas”, pertrechados tras un Bo Diddley cadavérico; el impetuoso rhythm and blues “Nunca llueve como truena” o el rockabilly espectral de “En mi tumba”.

Más allá de ese repertorio donde se escenifican los vértices más eléctricos, y por extensión, recios del álbum, existe una amplitud de ambientes que, si bien todos señalan de una manera u otra hacia ese entorno inquietante, lo hacen desde puntos de vista diferenciados. Un buen ejemplo es la melódica e incluso amable adaptación del clásico “El cóndor pasa”, de la que el propio James Last se sentiría orgulloso en su elegancia envuelta en arena de playa. Más siniestra resulta la plegaria en forma de trepidantes percusiones sobre las que se suspende un “quejío” flamenco que recrea “La cigüeña”. Mientras, “Ruina” traslada su ubicación para ser entonada entre aromas de western y cadencia de vals, y “Maleficio”, haciendo de nuevo brotar los saxofones, impone una tétrica intensidad vía Morphine que en la pieza final, otra vez haciendo mención en su título, “Stabat Mater”, a un poema medieval, optará por desarrollarse de manera mas atmosférica pero sin impedir que su halo estremecedor recorra nuestra espalda.

Guadalupe Plata representan con su música, sin importar que sus inicios de furibunda intensidad hayan derivado en un tono más embriagador, no solo ya una honrosa excepción dentro del panorama estatal, sino todavía algo más importante, emerger como una propia definición estilística en sí mismos. Su propuesta, donde el aspecto instrumental destaca entre unas voces que acuden como ráfagas llegadas del inframundo, significa el reverso a cualquier impostura colorista y posmoderna, trenzando una relación natural con las más profundas raíces del tipo de sonido al que decidan asomarse. Su nuevo disco, de diverso clima ambiental, nos insta a participar en un juego que hace de cada una de sus casillas una experiencia tan emocionante como turbadora, una partida que en realidad es el espejo de la misma vida, esa donde cualquier resultado ofrecido por los dados es incapaz de alterar un final ya asignado.

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