Cuando conocí a Brooks Nielsen vía telefónica hace unos cinco años (“es la primera entrevista que nos hace la prensa española”, me dijo el cantante) le comenté, no sin cierto temor a un malentendido, que sus modulaciones vocales a veces me recordaban a las de Julian Casablancas. Él nunca lo había pensado, pero para mi alivio, reconoció que algo de verdad había en lo que le estaba sugiriendo. El año pasado ambos se conocieron en persona en el californiano Beach Goth festival, y quién sabe si Nielsen le comentó la anécdota (es broma, este tipo no puede conservar recuerdo alguno de sus primeros años de carrera musical) o qué, pero el caso es que debieron hacer buenísimas migas porque el líder de los Strokes ha acabado produciendo el nuevo disco de los Growlers. ¿El resultado? Bueno… podría decirse aquello de “'City Club' es el peor disco de Julian Casablancas”.
Para empezar, en estros trece temas a los Growlers ni se les ve ni se les espera. Cuesta creer que durante la grabación no hubiera ningún miembro del grupo que se plantase ante el despropósito, o al menos que pusiera cara de “¿pero qué cojones estamos haciendo?” para ver si alguien le seguía para iniciar el motín. El nuevo sonido modern-funk no tiene el gancho como para arrastrarte hacia esta insustancial deriva estilística, y yendo a la miga de las canciones, se pueden reconocer atisbos decentes de inspiración en alguna transición instrumental, y hasta se pueden salvar de la quema un par que logran sostenerse, como “Night Ride” o “World Unglued” (quizá también “Dope Rope”, que no hubiera desentonado en La Edad de Oro). Pero el song-writing es en general muy plano y sin lugar para la sorpresa o ni siquiera para el estribillo irresistible, en un disco abandonado a una energía tan poco atractiva que deberían ponerle una orden de alejamiento de los primeros fans de la banda.
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