Me imagino interpretando en directo “Mickey Mouse And The Goodbye Man” o “Evil” sobre un escenario, soltando aullidos y pegando guitarrazos y la excitación me desborda. Hasta pienso en lo divertido que sería rascar las cuerdas una y otra vez junto a Sclavunos, Ellis, Casey y hasta con Nick Cave –suponiendo que ahora yo no esté en su papel, que es lo que torpemente pretendo hacerles entender- con la excusa de “Worm Tamer”, y casi siento una erección. Cada vez soy más mayor, tengo más responsabilidades, puedo escribir mejores canciones lentas y más líricas, y hasta me atrevo con un nuevo libro, pero ojito: cuando me sale la mala hostia necesito que fluya, aunque no sea esa mala leche de juventud, tan seria, tan arisca y tan real. Y qué mejor que hacerlo con los mejores amigos músicos con los que puedo compartir escenario y a la vez botella sin protagonismos de por medio o conflictos de intereses. Que para eso están los buenos amigos, leches. Eso sí, cuando venga el bajón, entonces mejor le damos a “Bellringer Blues” o a “What I Know”, para relajarse un poco. A la mierda, que la vida son dos días y hay que disfrutarlos. Y si no nos salen canciones redondas, tampoco pasa nada, que la historia no va de eso.
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