Desde estas latitudes cuesta creer que un músico como Zach Bryan sea capaz de congregar multitudes en estadios como el Mercedes Benz de Atlanta o el Caesar Superdome de Nueva Orleans. Centenares de miles de tickets vendidos para ver al que se ha convertido en la gran esperanza blanca del country-folk estadounidense con tan solo cuatro discos de estudio. Y lo ha logrado gracias a la solvencia de álbumes como “American Hearthbreaker” (22) o su homónimo de 2023, que le han proporcionado un buen número de canciones crudas, de esas que reflejan a la perfección esos Estados Unidos alejados de la pompa y sofisticación de las grandes ciudades, para poner la lupa en la decadencia del medio rural y de esa pequeña industria obsoleta y abandonada, cuya herrumbre tiñe de óxido el flamante sueño americano. Ese enorme caldo de cultivo teñido de desencanto al que un inteligente arribista como Donald Trump ha sabido sacarle tanto partido.
Zach Bryan es un vaquero criado en Oklahoma en el seno de una familia de tradición militar. Por eso, no es de extrañar que él mismo tuviera una larga etapa dentro de la Marina de su país que duró nada menos que ocho años. Es ahí cuando empieza a componer canciones y a subirlas a YouTube para ganar cierta relevancia. Tanta que, siete años después, se permite el lujo de contar en su cuarto álbum de estudio, este “The Great American Bar Scene” que nos ocupa, a músicos de la talla de John Moreland, John Mayer o al mismísimo Bruce Springsteen, con quien ha sido comparado a menudo. En especial si nos ceñimos a su etapa más “Nebraska” (82). Y es que Zach Bryan también gusta de una producción parca y áspera sobre la que mascullar sus versos sobre perdedores y perdidos en bares de carretera.
“The Great American Bar Scene” es un álbum de diecinueve canciones que adolece de lo que le pasa a la mayoría de los discos tan largos: que hay temas de relleno que le restan lustre y, sobre todo, pegada. Una lástima, porque de haber centrado el tiro y desestimado algún que otro corte estaríamos ante un disco que, sin inventar absolutamente nada, superaría a los dos anteriores trabajos de nuestro protagonista, cosa que no hace. Sin embargo, el aficionado a los sonidos americana de vaqueros como John Mellencamp o el mas contemporáneo Jason Isbell podrá encontrar en canciones como el single “Pink Skies”, la íntima “Base Boat” o la mas expansiva y rockera “Oak Island” motivos suficientes para disfrutar de este trovador de almas perdidas que afirma en un alarde de sinceridad que le gustan “las guitarras desafinadas y llevar las bromas demasiado lejos”. Dos de los componentes que han conformado un estilo tan genuino que acaba por resultar su principal baza.
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