Algo más de una década después de su aparición en la escena nacional, y con tres excelentes discos a cuestas, The Soulbreaker Company nos presentan el que sin duda es su mejor trabajo. Y lo hacen como suele ser habitual con un álbum de largo recorrido. De esos que te van descubriendo un nuevo detalle a cada escucha hasta dejarte calado hasta los huesos de su hipnótico sonido.
Algunos dirán que el secreto está en el fichaje de un productor de relumbrón como Liam Watson (The White Stripes, Tame Impala) pero, sin desmerecer el espléndido trabajo del británico, el secreto de los vitorianos está en ellos mismos. En la ambientación de la que dotan a todos sus temas. En la perfecta comunión de influencias que van de Soundgarden a Led Zeppelin. Y en unas canciones trabajadas hasta la extenuación. Disco grande lo llaman.
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