En 2016 Glass Animals editaron un segundo disco “How To Be a Human Being” que los puso en el mapa mediático indie, los catapultó a girar por todo el mundo, e incluso participaron en algún que otro estúpido premio. Sin embargo, el atropello sufrido por su batería Joe Seaward, provocándole un severo traumatismo craneal cuando iba en bicicleta por las calles de Dublín, paralizó durante una buena temporada los planes de la banda. Cuatro años después, no parece que este 2020 sea el mejor momento para recuperar el tiempo perdido por el fatal accidente. Y menos si tu disco parte más o menos del mismo lugar en el que lo habías dejado y presenta pocas novedades y, la más importante, tiene que ver con el contenido de las letras, en un grupo cuyo fuerte es precisamente la sonoridad y no la lírica.
Cuenta su líder, Dave Bayley, que para este disco ha decidido escribir más sobre sí mismo y su entorno, en lugar de buscar historias en vidas de desconocidos. Tanto es así, que llega a dejarte helado con la sinceridad que despliega un tema como “Domestic Bliss” donde narra una historia de violencia doméstica que sufrió la madre de un amigo (“I see the bruise / I see the truth / I see what he did to you”) ("Veo el moratón / Veo la verdad / Veo lo que te hizo") sobre una sintética y fría base que podrían haber firmado The XX sin problemas.También se desnuda en "Space Ghost Coast to Coast" donde se pregunta como un amigo de la infancia pudo luego convertirse en un asesino de masas. Historias muy potentes que sin duda le dan solidez al disco.
El problema de este “Dreamland” es otro. Sus carencias más bien residen en que la textura de las canciones no siempre aguantan el entramado lírico del disco, y hay demasiados momentos en los que el oyente atraviesa por pasajes anodinos. Los temas a menudo parecen faltos de inspiración y de chispa, rayando el aburrimiento. Es lo que tiene el exceso de adorno y parafernalia innecesaria. Si a eso le sumamos que faltan verdaderos hits con un poder melódico que enganche, tenemos un disco que, por momentos, suena falto de ideas y que abusa de las bases de ese r'n'b más pretencioso que elegante. De hecho la banda tan solo alcanza cotas elevadas en canciones muy concretas. Lo logran por ejemplo en la pizpireta, seca y cortante “Your Love 'deja vu' (la mejor del lote); en lo bajos gordos que construyen para el lucimiento del rapero Denzel Curry en “Tokyo Drifting”; y en una “Heat Waves” que nos vuelve a recordar demasiado a alt-J. Esa eterna losa que deben soportan todavía y de las que empiezo a dudar que se desprendan.
Podríamos decir, por tanto, que no parece que hayan transcurrido cuatro años desde su anterior trabajo y que, en cierta medida, lo retoman justo donde lo dejaron. Con las mismas querencias y la misma frialdad sintética que no tiene capacidad ni para emocionar a un membrillo. Es lo que tiene abusar de los samplers cuando no tienes lo que verdad importa: canciones de esas que se escriben con mayúscula.
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