La catarsis ruidista de este cuarteto irlandés está en conexión con el terrorismo sonoro que prodigaban a finales de los setenta aquellos grupos de la Manzana neoyorquina englobados bajo la etiqueta de la "no wave". En cierta forma su noise-punk del que habla la crítica guarda bastante correlación con la estética que detentaban bandas de culto como Mars o D.N.A.
“Umbongo” se abre paso de forma visceral, como lo haría un bisturí seccionando la piel, y desplegando ritmos cercanos al grind-core, sazonados con capas de guitarra con vocación de drone, que estrangulan por su oscuridad y claustrofobia. Y aunque con “Pears For Lunch” amansan algo la velocidad, su asilvestramiento apenas baja la guardia, al recurrir a unos ambientes opresivos dignos de los mejores Suicide. “Balou” se vale de la densidad de la repetición en un escenario de lo más cavernoso. La testosterona queda diluida en “Texting An Alien”, sin dejar de incidir en esas atmósferas delirantes que llevarían al colapso al José Luis López Vázquez de “La Cabina”. “In Plastic” es un vals post-industrial en el que las guitarras se retuercen de forma esquizoide. Y la batería punk de “The Witch Dr.”, secundada por un recitado digno de un vendedor de pócimas milagrosas en el Salvaje Oeste, logra desterrar cualquier atisbo de convencionalidad en esta incómoda propuesta.
Así podríamos seguir tema a tema buscando epítetos a la angustia de este combo que haría las delicias de Steve Austin (Today Is The Day) o Glenn Branca. Incómodos y transgresores, a los chicos de Girl Band les vendría como anillo al dedo la etiqueta de hard-listening frente a esa inofensiva placidez orquestal patentada por Esquivel o Billy Vaughn.
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