Pocas veces se habrá exprimido de forma tan fascinante las últimas sesiones en vida de un músico como en el caso de Gil Scott-Heron. Ya en su momento, “I’m New Here” (10), el último álbum de Heron era todo un trabajo de arqueología orquestado por Richard Russell alrededor de su voz. Lo que un año después realizaba Jamie XX con el material de este trabajo era una remezcla en la que acolchaba la voz cavernosa de Heron en chisporroteos dubstep de celofán. Aunque la aproximación del líder de The XX es altamente disfrutable, había extirpado el alma de este pionero del hip-hop.
Casi una década después de la muerte de Heron, el astronauta del jazz Makaya McCraven ha sido el encargado de celebrar el décimo aniversario del último trabajo de Heron, y lo ha hecho desde una mezcla de respeto absoluto hacia sus motivaciones creativas. Dicho de otra manera, estamos ante un trabajo que resucita al tornado de Chicago de las cenizas y le proporciona nueva vida a través de elementos tan reconocibles como el blues cubista de “New York Is Killing Me” y el hip hop jazzístico que mueve los resortes de “The People Of Light”.
El jazz de vanguardia y el aura espiritual flota a lo largo de unas canciones en las que McCraven ha rescatado los momentos de las sesiones de Heron con Russell en los que prioriza aquellos sobre lo que significa vivir con miedo a morir y cómo afrontar nuestra propia mortalidad.
El conjunto se impone en intenciones y originalidad a las dos versiones anteriores del disco. No hay más que escuchar hallazgos como “Running” o “Where Did The Night Go”, pruebas irrefutables de que la exhumación invocada por McCraven no solo está justificada, sino que se reivindica como un hito en la propia carrera de Heron.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.