Resulta curioso cómo las líneas de conexión entre post-rock y nuevo post-punk se han afianzado más y más con el paso de los tiempos. De Foals a The Murder Capital, los ejemplos son cada vez más claros y convincentes. Así sucede con el segundo álbum de esta formación irlandesa, en la que incluso hay espacio para la épica pinkfloydiana en la majestuosa “Crying”. En su caso, dicha forma de hacer equilibrismos sobre esta vía está más conectada con la brecha abierta por Radiohead hace ya más de dos décadas. Y es que el tiempo pasa, pero lo que no lo hace es la necesidad de seguir mirándose en el espejo de fuentes básicas de alimentación como Joy Division, tal como sucede en cortes tan sentidos como “Return My Head”.
El cúmulo de influencias que ponen mimbres al conjunto también recolecta la vía arty de Sonic Youth y Pavement; en este caso, por medio del tramo inicial de “Ethel”, antes de que todo se desate en un crescendo de emoción desbocada. El caso de este corte es muy representativo de la capacidad de The Murder Capital para bordear siempre la frontera que colinda con la ampulosidad más artificiosa. Sin embargo, ellos siempre la consiguen evitar por medio de un filtro irresistible de sinceridad. Magia en estado puro con la que poder alcanzar diferentes estados de expresión, ya sea desde la onírica atmósfera enrarecida que dota de obsesión compulsiva que nutre cada poro de “The Stars Will Leave The Stage” a las bondades atonales con las que afilan cada punteo del pop en cinemascope, en modo The Triffids, de “Only Good Things”. Las semblanzas con la mítica formación australiana se palpan de forma clara y saludable a lo largo de un recorrido en el que también hay espacio para el minimalismo etéreo en la hermosa “Belonging” y para la obnubilante atmósfera arábiga que recorre cada centímetro de la titular del disco. Una nueva muestra de la exuberancia melódica con la que también dotan de afectación preciosista cada uno de los actos aquí dispuestos, en los que también podemos hacernos una idea de cómo sonarían Talk Talk de haber pasado una temporada en los sonidos oceánicos de la Australia de los años ochenta.
Cómo no, lo que tenemos aquí es un disco de tomo y lomo que invita a desafiar las tendencias de consumismo actual mediante la inequívoca necesidad de varias escuchas para captar todo el jugo aquí concentrado. Que no es poco, precisamente.
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