Son muchos los creadores que recurren al cobijo simbólico que les proporciona el imaginario luciferino cuando se ven necesitados de plasmar sus angustias más personales e íntimas. Si nos detenemos en la contundente y original discografía de Ghost Number (nomenclatura actual tras suprimir el HisTipsy Gypsies) encontraremos en su idiosincrasia musical y lírica un persistente clima intrigante y misterioso, un ambiente que paulatinamente ha ido tomando mayores cotas de protagonismo hasta llegar en el actual disco, tal y como revela su explicito tirulo, “Venenos y demonios”, y el no menos expeditivo subtítulo (“canciones sobre infiernos, monstruos,demonios y demás estrellas de la oscuridad de la noche”), a presentarse de una manera desaforada y exuberante. Indicio más que suficiente, aunque no único, para revelarnos la condición cruda y dolorosa de un trabajo que realiza una labor introspectiva en el estado de ánimo de su factótum, David Pisabarro, conocido en estas lides bajo el pseudónimo numérico 413.
Si bien es cierto que el desatado y frenético tono que invade prácticamente la totalidad de las nuevas composiciones no deja de ser la consecuencia lógica de una progresión sonora que ha ido arrinconando -que no borrando- su inicial esqueleto ligado a la tradición norteamericana, en detrimento de la bulliciosa influencia de ritmos latinos o centroeuropeos, el monográfico recorrido que efectúa el álbum por diversas estancias tenebrosas bajo una llamativa excitación, recrea un paisaje lo suficientemente identificativo como para no reparar en su naturaleza angustiosa. Presentado como es costumbre a modo de un nuevo volumen de la música tradicional de ese lugar de ficción creado en paralelo al nacimiento del proyecto, Ashdogtown , sin embargo la novedosa -que no rupturista respecto a otros episodios- puesta en escena a través del idioma castellano, marginando por completo el inglés, nos remite hacia una forma de comunicación más autobiográfica que nunca.
La naturaleza prácticamente unipersonal, entorno a la figura de David, de la que ha hecho gala, en lo concerniente a la creación e interpretación de sus temas, Ghost Number, es todavía más patente en la propia genealogía de un repertorio pergeñado en una dolorosa pero iluminadora soledad. Trasfondo de un sentimiento que inevitablemente acabará por brotar hacia el exterior. Por eso el carácter contemplativo y celestial, no olvidemos que todo demonio ha sido ángel antes, de los coros que nos reciben al adentrarnos en el disco no debe despistarnos del mantra que repiten sus voces (“He aprendido que no hay nada malo en el infierno”), una bienvenida que pese a su efecto embriagador no es sino la puerta de acceso a un turbio territorio, como si de aquella inscripción utilizada por Dante en la “Divina comedia” se tratase :"Abandonad toda esperanza, quienes aquí entráis”. Y será nada más traspasar esa breve introducción en forma de remanso de paz cuando accedamos a un espacio que desprende olor a azufre, a febriles melodías y a una a vehemente representación de la liberación de todos esos perros negros, término con que Churchill se refería a las trastornos anímicos, aparentemente aletargados pero azuzados para la ocasión.
Invitados de excepción para poner en marcha esta dramática pero fogosa celebración serán los ya mencionados ritmos de origen latino, elementos propicios, como lo son igualmente los ademanes vodevilescos y turbios tomados de nombres como Tom Waits, Slim Cessna's Auto Club o Legendary Shack Shakers, para desencadenar esta exhortación a nuestros peores fantasmas poniendo rumbo “Pal infierno”, con su grácil pero sudorosa cadencia de cumbia y esa atmósfera portuaria que tan bien adoptó Nel·lo y la banda del Zoco. Un todavía taimado pero trascendente aviso de que en el averno se baila y hasta altas horas de la madrugada. Solo es necesario acercarse a la rumba con teclados serpenteantes de resonancias arabescas de “Muerto” o tentar al “¡Fuego!” y su desbocada rumba para comprobar un nivel de agitación que late también en “El mal”, impulsada por la ubicua y espectral presencia de los coros que deriva en un calypso-soul de imponente sección de metales que ensancha todavía más su majestuosidad.
La ebullición en la que entra reiteradamente la sangre que circula por el disco no solo será consecuencia de la aplicación de esas referencias iberoamericanas, ya que el carácter “folklorico” que reina en este repertorio ostenta una apátrida condición, capaz por lo tanto de marcarnos en “El golpe” un anárquico paso donde la ascendencia zíngara se transforma en un techno-carnaval desquiciante a la vez que nos invita a cruzar la entrada de un siniestro tablado flamenco donde dar palmas al son de “Veneno”.
En este aparente, pero en realidad mucho más programado de lo que pueda intuirse a primera vista, caótico recorrido por fanfarrias jadeantes, también hay momentos en que amaina el volumen ensordecedor y se impone un silencio que sin embargo ni mucho menos nos sume en la tranquilidad espiritual. Porque si la bucólica pieza instrumental “Latente” aparece suspendida sobre tambores necrológicos, mientras que en “Lucifer” los empellones percusivos se abren camino a través de un desierto que fotografía ese gótico sureño en el que se zambullían 16 Horsepower o los primeros Pony Bravo, es sin duda la dolorosa belleza de “Un puñal y una flor”, lo más parecido a un bolero dedicado a la cercana presencia de la parca, quien consigue desatar la congoja en grado máximo.
“Venenos y demonios” es en realidad un exorcismo, o una forma de combatir el fuego con el fuego; la desesperación con el baile, el desorden emocional con la estridencia sonora. En definitiva, intentar sanar el dolor admitiendo primero su existencia y luego aceptándolo como parte indisoluble de nuestra condición. Para todo ello, Ghost Number nos convida a un ritual excesivo, teatral, repleto de tensión y al mismo tiempo coreografiado con cirujana precisión y talento. Una visita guiada por los infiernos acompañados de la más apropiada banda sonora, aquella que desenmascara la identidad de los monstruos: una tez fieramente humana.
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