Un disco de Vic Chesnutt siempre es una grata noticia para todos aquellos seguidores a los que les importa bien poco cuál sea el planteamiento sonoro del disco, incondicionales que saborean los paisajes líricos de sus letras y se empapan de su peculiar y rico universo. Porque a la hora de generar imágenes, de crear atmósferas evocadoras y bellas, Vic Chesnutt se las sabe todas y su sapiencia ha impregnado y convencido a muchos que hoy le rinden pleitesía.
Sin embargo, no cabe rendirse a la evidencia sin haber escuchado antes el álbum y, aunque es casi imposible que este hombre nos entregue una obra mediocre, sí es verdad que su nuevo disco recoge todas las virtudes que han caracterizado sus obras, es decir, que no sorprende en cuanto a texturas musicales utilizadas y puede resultar incluso redundante en alguna de ellas. Por eso el anterior disco “Silver Lake” tenía el valor añadido de buscar nuevas vías de exploración sonora, mientras que Chesnutt cae ahora de nuevo en un discurso que no por aprendido resulta menos bello. En definitiva estamos hablando de folk para espíritus delicados y con trazado indie que, además, ha contado para la ocasión a los teclados con un ilustre como Van Dyke Parks, su huella impregna gemas como “Rambunctious Cloud” o los rimbombantes arreglos de cuerda de “Virginia”.
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