Pese al papel ejercido como progenitor de todo un torrente de estilos y fórmulas que han perfilado la música popular contemporánea, el blues, al igual que cualquier otro lenguaje creativo, necesita ser conjugado también desde el presente para lograr su propagación y por lo tanto su supervivencia. Uno de los exponentes más relevantes, sobre todo en lo que se refiere a su exposición popular, de esa revitalización lleva el nombre de Gary Clark Jr., quien consiguió con su aparición a inicios de este siglo XXI, flanqueado por una visión del género agitado por una fornido espíritu roquero, trasladar dicho ambiente sonoro hasta las grandes masas y congregar a su alrededor todo tipo de reconocimientos y parabienes, incrustando en ese -tantas veces inexpugnable- mercado mayoritario una remozada entonación del lamento ancestral.
El elevado status conquistado por el texano sin embargo no ha aplacado su entusiasta vocación por esquivar cualquier ánimo acomodaticio, por muchos réditos que éste le proporcione. Sin obviar que su legado estructural ha partido de un Olimpo de guitarristas habitado por Stevie Ray Vaughan, Jimi Hendrix o Buddy Guy, paulatinamente sus discos se han atrevido a merodear otros compartimentos, casi siempre arraigados en los sonidos afroamericanos, primero como un huésped ocasional y ahora, con este descomunal “JPEG RAW”, convirtiéndose en un colosal anfitrión con pleno derecho para decorarlos bajo su propia personalidad. Un caleidoscópico tratamiento que sin embargo encontró su origen involuntario en esa época de incertidumbre que supuso para muchos el parón derivado de la pandemia. En ese “obligado” encuentro consigo mismo brotó un planteamiento que demandaba recuperar su pasión iniciática, adoptando el espíritu impetuoso de todo camino inaugural pero desarrollado con la sabiduría que le otorga su consolidada trayectoria.
Una revivida conciencia musical, en este caso propiciada por un afán decidido a dinamitar cualquier frontera genérica, que nace en paralelo a una vigorosa lírica, como demuestra el acróstico que esconde el título de su actual álbum (Jealousy, Pride, Envy, Greed, Rules, Alter Ego, Worlds), que alienta a un cambio social al que dirigirse a través de la recapacitación de nuestra propia identidad, evocando la necesidad de despojarnos de tantas cadenas aprehendidas bajo el control social y la rutina cotidiana. Diferentes planos que hacen elevarse a un disco que se convierte en una vibrante experiencia que zarandea tanto nuestros -muchas veces- adocenados oídos como una existencia maniatada de prejuicios. Una liberación de carácter casi holística donde cada aspecto forma parte de un árbol al que urge derribar, o convertir en una pira emancipadora, por usar el flamígero vocabulario que ostenta buena parte del repertorio.
A pesar del carácter identificativo que alcanza este trabajo, sus renombradas colaboraciones, al margen de ofrecer esplendor formal a las canciones, suponen toda una declaración de principios en esa aceptación de la necesidad de hacer cohabitar en un mismo espacio las enseñanzas de la tradición y el descaro actual. Por eso que George Clinton haga acto de aparición en “Funk Witch U", una invitación al poder curativo del baile, más que como concepto ocioso, que también, en su tarea instigadora, significa la constatación de que proyectos como Parliament o Funkadelic resultan claves en su condición de árbol genealógico con el que definir la híbrida naturaleza de este álbum. Un papel inspiracional que también recoge la intervención de Stevie Wonder en “What About the Children", maravilloso tema perfectamente alineado con esos ritmos pegadizos y luminosos que precisamente sirven para alumbrar, incluso con fraseos interpretativos que parecen emular al genio de Michigan, la existencia de una población desposeída de historia y futuro.
La savia nueva que aporta Naala en "This Is Who We Are" nos situá frente a un asombroso paisaje en continua mutación, alzado en su comienzo por épicos coros celestiales -en consonancia con la estrella fugaz a la que nos remite en el estribillo- para desembocar en un R&B de sinuosa cadencia guiada por una punzante guitarra. Pese a que el diálogo emprendido junto a Valerie June en “Don't Start" asume una caracterización más ortodoxa en forma de poderoso blues-funk por el que resbala una truculenta historia de celos, la serendipia nacida entre ambos rezuma una entusiasta interacción recordando a los más efectivos The Black Keys. Y es que incluso los arranques de pasión carnal que se dan cita en el álbum van a ser auscultados con una regenerada mirada que no elude el conflicto entre sexos, haciendo de la canción homónima otro tributo a la más absoluta acracia referencial en todo un ejercicio de contorsionismo para integrar la sensualidad de Prince en un ambiente jazzístico que es coronado con un arrebatado rapeo. Un ingrediente canalla y deslenguado que le confiere al músico el aspecto del más peligroso “gangsta” cuando recita en una “Maktub” que palpita bajo un eco primitivo atravesado por riffs de afilada distorsión que haría sonreír al mismísimo "Eddie" Hazel, todo ofrecido como banda sonora para ejercer de altavoz y arengar sobre la necesidad de reunir fuerzas por un objetivo común. Pulsiones frenéticas que la trompeta de Keyon Harrold conduce hasta un escenario más sedoso en "Alone Together", firme candidata a la mejor adaptación al presente de la figura del Marvin Gaye más livinidosamente aterciopelado. Relajo emocional en el que insiste el acaramelado funky de “Hiperonda", declamación sobre el derecho a alterar nuestros puntos de vista, o sobre todo el asombros ejercicio de transmutación en apuesto y desnudo crooner que es “To The End Of The Earth” y la armoniosa coda final de “Habits”, que prende la llama del amor con melodiosos fósforos cedidos por el Amos Lee más contemporáneo.
“JPEG RAW” es un disco de cambio en toda la extensión y magnitud de la palabra. Lo es por su atrevido contenido musical, probablemente el argumentario más sólido para encumbrar a su autor a partir de ahora, y también por su llamada a transformar el mundo desde el único sitio posible al que tenemos acceso todos los individuos, nuestro propio interior. Las autoexigencias creativas y la necesaria arrogancia para atreverse a formular un viaje tan osado como éste es siempre un desafío digno de alabanza, pero saber conducirlo hasta las cotas que alcanza este repertorio, sólo se puede entender desde la genialidad. Gary Clark Jr. predica con el ejemplo a la hora de derribar ese techo de lujoso cristal -agrietado ya significativamente con su anterior trabajo- bajo el que se cobijaba, asumiendo así el excitante pero peligroso desafío de salir a la intemperie para abalanzarse sobre ese tesoro al que llamamos libertad.
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