“Sometimes” es la canción que abre fuego y funciona a modo de introducción en el sexto disco de estudio de Garbage, pero también resulta una evidente declaración de intenciones: ésta va a ser una obra pretendidamente densa y tendente a la oscuridad. La formación regresa a escena cuatro años después de “Not Your Kind Of People” (Stunvolume, 12), y lo hace con un álbum consistente, en ocasiones incluso hermético, y que incluye mayoría de canciones capaces de superar los cinco minutos de duración.
Un conjunto de once temas en el que distorsión y sintetizadores -bien medidos y meticulosamente situados, eso sí-, una instrumentación especialmente gruesa y, sobre todo, la hipnótica interpretación vocal de Shirley Manson resultan agraciados protagonistas. También suma en positivo la evidencia de que el grupo se mantiene inquieto y no duda en arriesgar, al publicar un disco de sonido industrial y con frecuencia complejo que incluye estructuras cambiantes y marcados cambios de ritmo. La entrega alterna así a partes iguales los medios tiempos y piezas introspectivas del tipo de “If I Lost You”, “Night Drive Loneliness” o la magnífica “Even Though Our Love Is Doomed”, junto a pasajes ampliamente explícitos e incluso pegadizos como el single “Empty” o “We Never Tell”.
En cualquier caso y a pesar de lo medido de sus formas (algo presente en toda su discografía), predominan los ambientes crepusculares, taciturnos e inquietantes. La banda mantiene así activas algunas de sus cualidades principales, aunque en la práctica el ímpetu no logre convencer con definitiva solvencia. Quizá sea una mera cuestión de credibilidad, debilitada ésta por el imparable paso del tiempo y la eterna comparativa respecto a dos entregas iniciales tan arrasadoras y redondas como fueron “Garbage” (Almo, 95) y “Version 2.0” (EastWest, 98).
El caso es que, a pesar de que “Strange Little Birds” es un disco solvente y evidentemente bien producido (con el mítico Butch Vig manteniendo el toque al frente), no termina de contagiar toda la visceralidad que parece querer albergar. Sólo la propia Manson demuestra una rabia y credibilidades ininterrumpidas, contagiando en el mejor de los casos a un cuarteto que en otras ocasiones resulta algo forzado y artificial. Luces y sombras alternadas, en un elepé que tan pronto reclama la atención poderosamente como la destierra sin más.
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