Todo nuevo camino recién emprendido es siempre afrontado con la lógica excitación y emoción innata a tal desafío. Igualmente, es inevitable no encontrarse en dicha decisión el miedo y las dudas que conlleva enfrentarse a lo desconocido. Gaizka Insunza, hasta ahora reconocido especialmente por su actividad en la siempre interesante banda Audience, ha asumido dicho envite y ha decidido poner la primer piedra de una carrera en solitario que queda inaugurada a través de este disco homónimo. Un trabajo en el que recae sobre él prácticamente todo el protagonismo, interrumpido solo por alguna colaboración puntual como las de Ruben Garatea, al acordeón, y Mariana Pérez en la batería.
Hay en esta personal empresa una característica, convertida en virtud, que se antoja esencial a la hora de definir su contenido, y es, pese a la diversidad que llegará a adoptar, la imposición de un ambiente común dominado por un clima evocador que por momentos alcanza la ensoñación. Unas emociones que sostienen y apuntalan lo que parece ser el significado pretendido por un trabajo como éste: la aspiración de alcanzar un (nuevo) entorno, tanto artístico como personal, en el que se den las condiciones idóneas para poder explayar el “propio yo”. Una finalidad en la que encomendará el aspecto de la producción -faceta clave en la consolidación de tal ánimo- a un conocido como Martín Guevara (con el que ya ha interactuado participando en su banda Capsula) y a sus cada vez más transitados estudios ubicados en Bilbao Silver Recordings.
No puede haber una bienvenida más acorde para comprender el sentir de estas ocho canciones, un número aparentemente reducido pero perfecto para poder ser paladeado con detenimiento, que el explícito título de la concisa “My Dream Come True”. Con su aparición, además, quedarán instauradas las primeras bases para ese pop etéreo, pero consistente, que parece haber sido cocinado en las manos de Van Dyke Parks, y que en “Just as Long” alcanzará su expresión más luminosa y cálida; se servirá de “Where Do You Go?” para acercarse hasta unos sonidos de raíces de volátil exquisitez de los que se sentirían orgullosos dueños M. Ward o Jonathan Wilson, e incluso posibilitando el antojo de dar vida a un villancico, con la justa medida de calidez y melancolía, en “Let’s Shake Hands (It’s Christmas)”.
Quien también es merecedor de una mención concreta e individualizada es ese matiz musical que define a varias de las piezas aquí presentes, porque ese aspecto, llamémosle, “cabaretero”, que ya lo habíamos visto aparecer en su grupo aunque bajo otras decoraciones, es una presencia lo suficientemente llamativa y reincidente como para tildarla de esporádica. Un paso rítmico al que asistiremos en una especie de gradación, ya que si en “There’s a Place” se manifiesta de forma jovial y pegadiza, al más puro estilo Randy Newman, y en “We’re Running Away” acogiéndose a un perfil más insinuante, en “Wolfmother” desembocará en un contexto más abrupto y oscuro.
Los temas que conforman este primer álbum de Gaizka Insunza sin el abrigo de su banda, lejos de pretender borrar cualquier filiación con ellos, no desdeña su rastro pero sí que consigue enviar claras pistas de lo que parece un ADN propio del músico. Además de ese. ya veremos cómo orientado en el futuro, embriagador y seductor sello identificativo, estas canciones funcionan como trazos que perfilan un mapa, acompañado de su precisa banda sonora, que nos revela las coordenadas de esa ancestral búsqueda del lugar donde poder sentirnos en libertad.
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