Esto podría ser un no news, good news en toda regla, pero algo me dice que la fórmula empieza a desgastarse. O quizá son mis oídos los que acusan tal reincidencia en los mismos esquemas, apenas aligerados por detalles que son muy de matiz: en este caso, la producción conjunta de su fiel Steve Wright (U.N.K.L.E, Mos Def, Gregory Isaacs, Slipknot, Omar Rodriguez, M.I.A.), quien ya figuraba como ingeniero de sonido en su anterior disco, "As Long As You Are" (2020), o el trabajo de Chris Coady (TV On The Radio, Grizzly Bear, Beach House, Blonde Redhead) en las mezclas, quien no se aliaba con ellos desde el aclamado "Singles" (2014). Y también, por supuesto, el via crucis sentimental que describen sus doce cortes, crónica sentimental de la ruptura de Samuel T. Herring con la actriz y modelo sueca Julia Ragnarsson. Llueve sobre (muy) mojado en el séptimo álbum de Future Islands, primer material propio que publican en los últimos cuatro años, en los que apenas se habían prodigado con su versión del “Last Christmas” de Wham (el año pasado) y en colaboraciones como la que Herring entabló con Algiers para su “I Can’t Stand It” (incluido en "Shook", de 2023), para Billy Woods y Kenny Segal en “Face Time” (incluida en "Maps", también de 2023) o en trabajos paralelos como su rol de actor en la serie "The Changeling" (Kelly Marcel, 2023).
Para quien les siga de cerca, tampoco ayudará el hecho de que seis de estos doce cortes se hayan publicado como adelantos. Si ya escasean canciones con la pegada o la profundidad que antaño tenían “Seasons (Waiting On You)”, “Black Rose”, “Ran” o “Moonlight”, suprimir a la mínima expresión el factor sorpresa de cara a la edición del álbum completo también reduce las posibilidades de que una brizna de aire fresco nos azote el jeto. ¿Es esto más de lo mismo? Sin duda. Y tampoco necesariamente mejor. Y lo cierto es que me sabe mal tras haberles entrevistado y gozado de su extrema amabilidad como inteligentes conversadores que son, siempre transparentemente honestos, pero creo que esta vez la confianza en su rodadísima fórmula los ha llevado a acomodarse en exceso.
Dicho esto, su pop electrónico de reflejos iridescentes y temple dinámico, con sus bajos hercúleos, sus sintetizadores relucientes y la singular desenvoltura sentimental marca de la casa – ahí sigue la inimitable y emotiva garganta del señor Herring –, resulta igual de irreprochable que en cualquiera de sus anteriores capítulos. Tanto cuando meten la quinta marcha (“King of Sweden”, “Say Goodbye”, “Give Me The Ghost Back”) como cuando desaceleran en medios tiempos con cierto poder de seducción (“The Fight”, “Deep In The Night”, “Corner Of My Eye”). Las canciones fluyen, el minutaje se agota sin sobresaltos y todo está en su sitio. Pero echo en falta esa indefinible chispa que prendía de algunos de sus trabajos anteriores, y no encuentro por ningún lado el desafío a sí mismos ni tampoco los efectos benefactores de la cautivadora introspección a los que alude la nota de prensa promocional de un disco que han tenido tiempo de pulir y perfeccionar a lo largo de casi tres años.
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