Frasea como ningún otro chico malo, suena más genuino que ninguno, tiene el mojo rocanrolero mas intocable de la actualidad, y eso ya no se lo va a quitar nadie. Pero en este disco de homenaje a la ciudad en la que vive desde hace treinta años, el neoyorquino de espíritu Jon Spencer ha bajado el nivel de su predecesor "Meat and Bone", cosa normal porque ese sí fue un trabajo brillante.
Hay ocasiones en las que la marca de la casa, por muy singular y auténtica que sea, no basta. Todas esas voces colmadas de reverb, esas baterías rompecaderas, esas distorsiones fuzzeras y arrebatos de furia sexy, esos samples negroides molones y ese sonido ahuecado y lleno de espacio fruto de la ausencia de bajo, se convierten en un cliché de sí mismo cuando la categoria de las canciones no está a la altura de las circunstancias. Y desgraciadamente este es el caso, al menos con la mitad del repertorio.
No obstante, el espíritu funk del álbum lo hace de fácil escucha, y además hay honrosas excepciones que sirven para no bajar demasiado la nota a estos campeones, como "Betty vs the NYPD", "Born Bad", "Dial up doll", "The ballad of Joe Buck" o "Wax Dummy", grandes ejemplos de "eso que solo los americanos pueden hacer", como decia Bowie. Y no mienten con el título "No Wave Dance Party": funcionará muy bien para animar el cotarro en las discotecas (hola, Black Keys,) y para que las nenas te miren cuando pases a su lado con las ventanas bajadas. Pero en sus trece canciones, que sí, que son muy moviditas y bailongas, no acaba de haber nada memorable que se te clave entre ceja y ceja. En fin, que aceptamos pulpo como excusa para salir de gira.
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