Que existan otras bromas parecidas, menos afortunadas, como The Coral u Ocean Colour Scene, no convierte a The Bees en mejores o peores, por cuanto la decisión de reírles la gracia depende más bien de la manga ancha de cada uno, del estado de ánimo, o de lo poco que se haya escuchado a Jefferson Airplane, a los primeros Rolling Stones o Led Zeppelin, a Crosby Stills Nash & Young, a Iron Butterfly o a los Small Faces.
A primera vista, no parecen ser más, pues, que una broma circunstancial y rara, una que existe básicamente en su propia cabeza, prolongándose durante dos discos ya, capaz a la vez de hacer reír, de conseguir una tímida sonrisa u obtener únicamente un ceño fruncido como recompensa. Pero al menos The Bees se preocupan de esquivar al tiempo la linealidad y las recurridas aspiraciones integradoras de pasado y presente (The Beta Band, Gomez); y, más significativamente, consiguen que la reverberación psicodélica y las dobles voces suenen con vida. Que es la razón por la que el ceño fruncido deja paso a la sonrisa y, si el día ha ido bien, sólo si el día ha sido estupendo, uno acaba riendo con “One Glass Of Water”, “The Start”, “Hourglass” o “Chicken Payback”.
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