Cuando uno llega a lo más alto, sólo puede bajar. No hago un chiste fácil con el título del nuevo disco de Franz Ferdinand. Ni "Tonight" ni su sucesor llegaron a levantar el entusiasmo histérico de sus dos primeros trabajos. Aunque tenían canciones, el déjà vu pesaba. El cansancio incluso se llevó por delante al guitarra Nick McCarthy. Pero en su quinto disco, con sangre nueva encarnada en Julian Corrie (Miaoux Miaoux) y Dino Bardot (1990’s), Kapranos y compañía aspiran a un renacimiento en toda regla, ayudados por el productor Philippe Czdar (Cassius), especialista en producciones de sonido nítido y potente.
Les ha salido un disco raro en el buen sentido, de matices oscuros y complejos, pero extrañamente adictivo. La ausencia de singles claros, a excepción de la canción que da título al disco, con su intro enigmática y su explosión bailable, y la magnífica "Glimpse Of Love", con su teclado omnipresente, no pesa. La melancolía suave de "Slow Don’t Kill Me Slow" pone el mejor cierre posible, y muestra a Alex Kapranos como excelente e infravalorado cantante.
Pocos esperaban un disco tan inteligentemente misterioso y refinado a estas alturas de la película. Y ese es, quizá, el mayor activo de Franz Ferdinand a estas alturas: son masivos haciendo la música que les apetece y moviéndose en su propio mundo.
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