Con tanta gente intentando crear la obra maestra que deslumbre al universo o lanzando discursos políticos de calado profundo que nos expliquen por fin a los mortales el sentido de la vida, resultaría injusto y temerario tomar lo que hace Greta Kline como cancioncillas intrascendentes. Porque al final, que no se nos olvide, esto se trata precisamente de hacer canciones con gracia. Y “Vessel”, su tercer disco, tiene unas cuantas.
La joven hija del actor Kevin Kline y la actriz Phoebe Cates -apellidos que hoy, con toda probabilidad, no le dirán gran cosa a buena parte de su público objetivo-, también bajista de Porches, no quiere vivir de las rentas, y vuelve a la palestra con un disco de esos que provocan la sonrisa desde su misma portada (diseñada por ella misma): un caniche sumergido a medias en una bañera, disfrutando del momento. El disco despliega sus encantos a través de dieciocho miniaturas de indie pop genuino, revestidas con decidido y moderadamente desaliñado espíritu low-fi neoyorquino. Engañosamente simples.
No es que Greta no tenga recursos vocales ni un tono de voz agradable, pero el disco está imbuido de ese espíritu amateur fresco y juvenil que comparte con Daniel Johnston o incluso un Will Toledo, desde la (ausencia de) producción y la inmediatez de las tomas. Son viñetas de impresionismo pop mínimo, repletas de encanto melódico y muy bien hechas con más oficio del que podría parecer, que a veces llegan al minuto y medio, en ocasiones ni eso, y otras, como en el single Jesse, se explayan más. En todas, Greta desgrana reflexiones jugosas y graciosas, con estribillos deliciosos: “Being alive matters quite a bit. Even when you feel like shit”. Los alicientes se concentran en 33 minutos en los que la humildad de Greta y su grupo consiguen el efecto opuesto, es decir, que nos los tomemos en serio.
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