Para su octavo disco, Frank Turner ha optado por un trabajo conceptual que ha decidido llevar al extremo. Porque no solo se trata de una tierra sin hombres, como indica su título, la que le ha permitido narrar las peripecias de algunas mujeres injustamente olvidadas por la historia a pesar de su vital contribución a la misma, sino que además ha optado por hacerlo sin contar con presencia masculina en los instrumentos. De estos se encargas insignes féminas como la bajista Andrea Goldsworthy o la baterista Holly Madge. Además, la producción corre a cargo de Catherine Marks (Foals, The Killers, Wolf Alice). Eso sí, entre tanto conceptualismo, y aunque el objetivo es magnífico, Turner ha olvidado un poco lo esencial, las canciones.
Y es que, a pesar de encontrarse cantando sobre la vida de mujeres tan interesantes como Sister Rosetta Tharpe, considerada por muchos madre del rock and roll y a la que Jimbo Mathus dedicó un espléndido disco; Catherine Blake, esposa del poeta William Blake; Jiny Bigham acusada de brujería en el siglo XVII, o la feminista egipcia Huda Shaarawi; Turner parece haberse quedado demasiado en la superficie y, a menudo, las canciones dedicadas a ellas apenas tienen cuatro apuntes demasiado fáciles de conocer. Además, y aunque su habitual folk-punk de corte comercial sigue ahí, a menudo adopta tintes solemnes y grandilocuentes a lo The National que no acaban de sentarle bien, y eso difumina las buenas expectativas. Mejor la intención que el resultado.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.