Cualquier persona que en la última década haya asistido a un concierto de Frank Carter, especialmente en los primeros años de su carrera al frente de Gallows, podría afirmar que sin duda el chaval procedente de Watford ofrece una experiencia completamente visceral con su tono y actitud desgañitadora sobre las tablas, muchas veces incluso al límite (o sobrepasándolo) de la autoagresión por la intensidad de sus movimientos y disertaciones.
La versión de 2019 de Frank Carter sigue conservado esa alma y actitud punk, pero en diez años la vida da muchas vueltas y en la suya han sucedido multitud de hitos (se ha casado y divorciado, ha tenido una hija, etc) y, aunque nunca ha escondido su explosiva personalidad y sus problemas derivados por sus fluctuantes estados mentales, todas esas experiencias vitales han influido sin duda en su forma de ver el mundo, y han sido también un aliciente para dejar un poco de lado la visión negativa y apocalíptica que tenía antes sobre todo lo que le rodeaba. En este tercer disco con The Rattlesnakes ha preferido adoptar un tono muchísimo más positivo y demuestra, como ya venía anticipando con los dos discos anteriores y también con su anterior proyecto Pure Love que, lejos de encasillarse en su papel de frontman enajenado (algo que se le da de miedo) puede ir mucho más allá con su talento, reivindicándose como un notable cantante capaz también de defender temas que hablar de amor o enfermedades mentales. Frank no ha renunciado ni un ápice a su visceralidad a la hora de contar sus sentimientos, simplemente ha cambiado la forma de canalizarlos y se ha entregado a la evidencia de que, aunque a veces nos cueste verlas, la vida también está llena de cosas maravillosas. El gran trabajo compositivo de Dean Richardson, la otra mitad visible del proyecto, ha influido mucho en su manera de enfrentarse a los temas, pululando por tonos tan diferentes como el melodioso del medio tiempo “Angel Wings” al más canalla de “Kitty Sucker” o hablando abiertamente de amor y relaciones sentimentales en “Love Games” o en la pegadiza “Heartbreaker”.
Su faceta reivindicativa, aunque mucho menos presente que en otros trabajos, se ve también suplida en “Crowbar”, inspirada por las acciones de los chalecos amarillos de París y es casi una oda a la movilización, pero es cierto que el tono general del disco y sus sonidos próximos al indie rock se inclinan en la mayoría de las ocasiones por temáticas más personales, cerrando el álbum con el corte que da título a este tercer trabajo y que está dedicado a su hija pequeña, en toda una declaración paternal de amor y protección: “Your happiness will be the end of suffering”.
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