“Measures of Joy”, debut de 2014 del entonces trío londinense, les hizo ser comparados con bandas británicas de los 90 con presencia femenina al frente y prestigio consolidado, como Stereolab o Lush.
Con la formación comprimida a dúo, Alice Merida Richards y Sam Pillay, los que se quedan dentro del barco, apuestan decididamente por un sonido más complejo, denso y oscuro, en el que, para el que firma esto, asoman ciertas influencias de la electrónica de aquella década como Laika, Ruby, y también más recientes, como los angelinos Autolux. Los Stereolab más exigentes siguen ahí, Lush no tanto. Puede que el cambio de formación, como suele ser norma, tenga que ver precisamente con este viraje estilístico, confirmado en el mismo título del disco. Richards y Pillay llevan sus canciones a terrenos sintéticos, y citan como referencias a la artista de vanguardia Laurie Anderson y los primeros Daft Punk.
El resultado es un interesante un magma sonoro de oblicua electrónica pop con bases intrincadas, que a veces evocan aquellas ya lejanos tiempos del trip-hop, en el que toma protagonismo decididamente la voz gélida y enigmática de Merida Richards, cuya escuela vocal remite a Nico, madrina de todas las vocalistas con aspiraciones de enigmática frialdad germánica; también a Laetitia Sadier, de Stereolab.
En “Forward Constant Motion”, sin embargo, no hay ni rastro de dream pop, retrofuturismo amable o similares, no al menos en un sentido convencional o ligero. Es precisamente en el contraste (o maridaje) entre la voz gélida y la densidad musical sintética donde Virginia Wing encuentran sus mejores bazas, en un disco cuyos 14 cortes no se hacen excesivos: Las canciones funcionan pese a un ropaje casi siempre claramente deudor de sonidos pretéritos.
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