En ocasiones, quien sabe si dependiendo del momento por el que estás pasando en la vida, aparece un disco de algún rincón del universo que le da un vuelco a tus sentimientos. “For Emma, Forever Ago” ha sido el mío.
Aquí y ahora. La forma en la que emociona escuchar “Skinny Love” no tenía igual desde hacía meses. Y me alegro de que quien la firme, quien firma el disco completo, sea una persona como Justin Vernon. Al americano solamente (¿he dicho ‘solamente’?) le hizo falta aislarse del mundo durante tres meses en una vieja cabaña de cazadores que su propio padre construyó en 1979 en un frondoso bosque de Wisconsin para completar estas nueve emocionantes canciones.
Su voz, su guitarra (a la que posteriormente se sumaron electrónica, palmas y baterías), el viento haciéndole coros por entre las paredes de madera, con una bota de piel golpeando el suelo para recordar el ritmo, las gotas de agua lanzándose al vacío desde las más altas ramas de los arces y sobre todo una soledad confesional que aleja, precisamente, los demonios de sentirse solo, de sentirse solo con uno mismo, de sentirse solo con los demás.
Cuando Vernon canta (en la preciosa “Lump Sum” como lo hacía Damien Jurado en sus mejores días; en “The Wolves” como Tunde Adebimpe de TV On The Radio) sus, a veces crípticas letras, nos está diciendo que vale más arrepentirse de haber amado demasiado que de no haberlo hecho, que la ceguera emocional es la peor de las cegueras, que la felicidad y la tristeza empiezan y acaban en el corazón de uno mismo y que nunca jamás, nadie, ha vivido sin cometer errores. La vida en treinta y siete minutos.
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