Folklore
DiscosTaylor Swift

Folklore

8 / 10
Pablo Tocino — 27-07-2020
Empresa — Republic Records/Universal
Género — Folk
Fotografía — Archivo

La actriz Mackenzie Coffman tuiteaba el otro día que Taylor Swift se había “convertido en ese disco indie que molaba mucho más que el suyo”. No pude evitar acordarme de ese momento en que Ryan Adams sacó un álbum de versiones de “1989”, y de cómo dicho álbum (fantástico, por otra parte) se convirtió en el disco indie que molaba mucho más. Se veía como un capricho de Adams, tan seguro de su talento que juguetea con un producto pop para, por supuesto, hacerlo mejor. Pero pocos se daban cuenta de que esto era precisamente una prueba de la calidad de las melodías del original de Swift, y, en definitiva, del discazo que era “1989”. Afortunadamente la concepción sobre Taylor y sobre el pop femenino es bastante distinta ahora, pero me acordé doblemente de eso porque además “Mirrorball”, una de las canciones más aplaudidas de este “Folklore”, podría ser una de esas versiones de “1989” que hizo Ryan. Al regusto noventero que tenían, por ejemplo, sus adaptaciones de “Wildest Dreams” y “Clean” se le suma aquí una irresistible capa de dreampop (y un inicio que... ¿no os recuerda a “More Than A Feeling” de Boston?).

El sonido no es tan electrónico como creíamos: Taylor ha decidido contar en la producción con Aaron Dessner de The National, y repetir con Jack Antonoff, con un resultado mucho más crudo de lo que parecía, recordándonos más a Aimee Mann o al propio Dessner, con algún toquecillo más Sufjan Stevens (“Mad Woman”, “Invisible String”). Pero aquí la clave, precisamente por ese punto más crudo, son las letras. Cuenta Taylor que, durante las horas y horas que ha pasado sola en el confinamiento, su imaginación se llenaba de historias que necesitaba escribir, historias basadas en su propia experiencia, en la de personas reales o en la de personajes creados por ella. Historias que quería contar a sus fans para que, a su vez, estos se las contasen a sus seres queridos. No es de extrañar, por tanto, que haya decidido titular “Folklore” a este disco sorpresa. Y tampoco es de extrañar su talento para, a la hora de componer canciones, contar historias. En el sentido más clásico del término.

Como apuntaba recientemente Juan Sanguino en un artículo, es cada vez menos común encontrar historias en las canciones pop; llevan años tirando, por lo general, de otro tipo de acercamientos. Para Swift, en cambio, eso es una constante en su carrera, habiendo ejemplos a lo largo de toda su discografía: desde la reciente “Miss Americana & The Heartbreak Prince” en “Lover” o “How You Get The Girl” en “1989” hasta, por supuesto, el triángulo quaterback/animadora/nerd de “You Belong With Me”. Y, en “Folklore”, esto pasa directamente a primera línea, si es que alguna vez se fue. Hay espacio para canciones más basadas en sensaciones, como el cierre con “Peace” y “Hoax”, o el deje a “Call It What You Want” que hay en “This Is Me Trying” (“they told me all of my cages were mental / so I got wasted like all my potential”), pero en general es una forma tradicional de contar historias la que domina el álbum.

La popera “The Last Great American Dynasty” puede ser el ejemplo más claro, contando la historia de la antigua propietaria de su mansión, Rebekah Harkness, para luego pasar a la suya y unir ambas. Tanto Rebekah como ella son la mujer más loca, sinvergüenza o “ruidosa” que han visto sus vecinos, jugando con esos adjetivos que tan fácilmente se pone a las mujeres... y jugando con el otro sentido de “loud”. Porque Taylor es clara (loud) en lo que quiere, y ya está harta de justificarse; ante ese tipo de críticas, prefiere ser sarcástica: “I had a marvelous time ruining everything”. La cantante continúa desarrollando su paralelismo con Rebekah, esta vez llevándoselo más a su propia vida, en la estupenda “Mad Woman”, en la que hay quien ve referencias a Kanye, pero líneas como “It's obvious that wanting me dead / has really brought you two together” no parecen ir dirigidas a Kim y Kanye, sino a Scott Borchetta y Scooter Braun, los ejecutivos que se hicieron con los derechos discográficos de sus primeros años.

El abanico de temáticas para las historias del álbum es amplio: pasamos de la infidelidad de “Illicit Affairs” (“don't call me kid, don't call me baby / look at this godforsaken mess that you made me (…) for you, I would ruin myself / a million little times”) a la nostalgia de “Seven” o las historias sanitarias en un momento de ¿guerra/pandemia/caos? (Shonda y Krista Vernoff ya están comprando los derechos para el próximo final de temporada de “Anatomía de Grey”) en “Epiphany”, además de por supuesto el amor y las relaciones, tratados en cortes tan distintos como el magistral dueto con Bon Iver “Exile” o la llamada “trilogía del triángulo adolescente” (y lésbico, por lo que sugieren algunas interpretaciones) que forman “Cardigan”, “August” y “Betty”. Las tres canciones cuentan la misma relación/infidelidad desde los tres puntos de vista, comenzando con una “Cardigan” cuya letra podría firmar Lana del Rey (“and when I felt like I was an old cardigan / under someone's bed / you put me on and said I was your favorite”) y siguiendo con el amargo contrapunto que supone escuchar “Just A Summer Thing” en boca de James, cuando Inez nos acaba de hablar con ilusión de ese amor de verano, de cómo en su momento pensó que iba a ser algo más.

Pero tranquilos que no se trata solo de dramas y Taylor sigue sabiendo ser asquerosamente ñoña (¡lo digo como algo positivo!). Así lo demuestra en “Invisible String”, donde nos regala uno de los puentes más bellos que ha compuesto: “out of all the wrong arms, right into that dive bar / something wrapped all of my past mistakes in barbed wire / chains around my demons, wool to brave the season / one single thread of gold tied me to you”. No sé si “Folklore” es el mejor disco de Taylor Swift (puede serlo), no sé si es el mejor de los nacidos en confinamiento hasta ahora (puede serlo), y ni siquiera sé si tienen sentido ese tipo de clasificaciones, pero lo que está claro es que es un motivo más para no dudar del enorme talento de Taylor Swift, de su olfato para la composición y de lo que se han perdido (y siguen perdiendo) tantas personas por sus prejuicios musicales, y quizás no solo musicales. La única pega es que esto salga con cuarenta grados a la sombra, pero no se le podría pedir otra cosa a este extrañísimo 2020.

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