Sabes que te estás haciendo mayor cuando escuchas una banda nueva y te descubres a ti mismo pensando que, si tuvieras veinte años menos, ahora mismo serías el mayor fan de tal o cual hallazgo. No entiendes nada e intentas desencriptar lo propuesto con un manual de instrucciones obsoleto; sin embargo, te sorprendes comprobando que tienes la capacidad de encontrar ciertas líneas paralelas entre el confuso presente y tu limítrofe pasado, pues a fin de cuentas todo está inventado y partimos de lugares semejantes.
Algo así se siente la primera vez que escuchas a TAMBV, el proyecto liderado por Lucas Tamburini y con el que su joven responsable se ha propuesto poner en jaque las etiquetas musicales y cualquier presunción que podamos tener respecto a ellas. Con su respectivo debut, “fobik”, este bisoño barcelonés da rienda suelta a ese sentido imaginario suyo, ya testado a lo largo del último par de años, y con el que pudimos comprobar con expectación las intenciones experimentales del mismo a partir de su arriesgada mezcla entre bravata urbana, excentricidad oscura e hiperestesia punk.
El pegamento necesario para que esta contrastada suma de ingredientes termine llegando a buen puerto es la emotiva mirada de su abajo firmante, denominador común de esta particular lista de fobias en la que Tamburini desnuda hasta el último resquicio de su alma. Pero, a pesar de que su viaje parezca exclusivamente personal, es en medio de su particular lucha ciega donde terminamos encontrándonos mutuamente, aludidos ante sus gritos de auxilio, su sofocante arenga y su gutural catarsis.
Con un pentagrama saturado hasta el horror vacui por sus contundentes riffs de guitarra y sus bases que suenan a drill, a trap, a hyperpop, a punk dosmilero, a horrorcore, a electrónica tétrica y Dios sabe a qué más, TAMBV enuncia un alegato dirigido al extraño con forma de mano amiga, invitándonos a expulsar nuestros demonios junto a él, sin frenos ni embarazos. Terapia de choque en la que no vale quedarse nada dentro. Como si de un adversario tangible se tratara, Tamburini esculpe algunos de los temores y angustias más regulares y habituales de la sociedad moderna (miedo a la soledad, a la oscuridad, a la muerte, a las multitudes o al paso del tiempo) y nos enseña a relativizar el poder que estos ejercen sobre nosotros a golpe de franqueza, euforia y enojo.
Alguien dijo alguna vez que el valor no es la ausencia del miedo, sino la conquista de este. Y ese parece ser precisamente el gran leitmotiv y propósito encubierto de un trabajo tan ecléctico, sumergido e intenso como “fobik”: recordarnos nuestras imperfecciones, canalizándolas a través del instinto y la emoción más primaria, y convencernos de que por muy angosto que luzca el camino de la post-adolescencia, no tenemos por qué recorrerlo solos.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.