Son 46 años los que separan a Sam Shepherd (o sea, Floating Points) y Pharoah Sanders, pero nadie lo diría a tenor de este trabajo. Un diálogo orgánico entre jazz de vuelo libre, electrónica planeadora y música clásica, que se extiende a lo largo de 46 minutos – vaya, los mismos que años les separan: ¿casualidad? – que han de ser degustados como un único corte, aunque en realidad sean nueve movimientos: recomendable evitar el streaming y hacerse, a ser posible, con el vinilo. O en su defecto, el CD. Más que nada para evitar interrupciones, aunque sean de décimas de segundo. Porque trocear este "Promises" en un delito.
Grabado en Los Angeles y Londres, concebido tras el flechazo que el octogenario saxofonista tuvo con el "Elaeania"(2015) de Floating Points hace más de cinco años, se trata de una fusión más que un choque, una simbiosis y en absoluto una colisión, aparentemente milagrosa, entre dos lenguajes que se licuan en un minimalismo que desafía nuestro actual concepto del tiempo, jibarizado por la fugacidad del click, del like, del meme y de las monerías de quince segundos. Aquí cada maniobra, hasta cada silencio, parece albergar importancia.
Hay un motivo melódico de harpsichord que juega con la repetición, sobre el que se ahorman el saxo (y hasta el scat, brevemente), líneas de sintetizador que van emergiendo y los imponentes arreglos de cuerda de la London Symphony Orchestra, en un conmovedor crescendo que parece a punto de estallar a la altura del sexto movimiento, pero desemboca poco a poco en un remanso que conduce al principio de todo. Y puede que esa expectativa algo truncada de deflagración no consumada, de clímax sin desarrollar hasta sus últimas posibilidades, como en un ejercicio de contención tras tantos minutos de intriga, sea el único mohín que se le pueda hacer a un disco llamado a perdurar, que tiene la virtud de reivindicar una belleza serena, nada convulsa – es fácil caer aquí en la borrachera sinestésica –, precisamente en un momento en el que parecemos más empeñados en arruinarlo todo como especie.
Un extraordinario corolario, a modo de calma tras la tormenta, que parece querer purificar nuestra atmósfera tras el año de ruido y furia (con mucho idiota por medio) en el que hemos vivido. Y un trabajo, en cualquier caso, único en su indefinible estilo.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.