Como a estas alturas ya habrás leído en numerosas entrevistas las condiciones y premisas que forjaron su tercer álbum tal y como es, me centraré en lo que en definitiva importa: las canciones. Y así a bote pronto, lo que más se añora tras su escucha es la inmediatez, frescura y desparpajo de su primer disco más cierta lógica de continuidad de su segundo.
Como a estas alturas ya habrás leído en numerosas entrevistas las condiciones y premisas que forjaron su tercer álbum tal y como es, me centraré en lo que en definitiva importa: las canciones. Y así a bote pronto, lo que más se añora tras su escucha es la inmediatez, frescura y desparpajo de su primer disco más cierta lógica de continuidad de su segundo. Se aprecia el intento de forjar un disco más serio, elaborado y difícil de deshuesar, pero fallan las melodías en un grupo que, si acaparó la atención de los grandes focos, es por su capacidad de hacerlas tan inmediatas y desgarradoras como pegadizas. Aunque visto lo visto, lo difícil hubiera sido dar en el clavo a la primera. Tampoco hay que olvidar que no existen tantas bandas en la historia del rock que hayan logrado dar un salto cualitativo en su tercer disco y que, a veces, parece que todos hemos olvidado que hay que dar una oportunidad a los grupos a desarrollar su carrera. The Strokes están en posición de hacerlo o al menos eso se intuye tras escuchar las catorce (demasiadas) canciones de este disco, pero eso no significa que el álbum acabe por perder la atención del oyente (canciones como “Killing Lines”, “15 Minutes” o “Evening Sun” tienen la culpa). Se añora el hilo conductor que hacía de su primer disco una obra redonda de cabo a rabo y, por paradójico que parezca, sobran ideas. Ya se sabe que en ocasiones el exceso acaba con el boceto.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.