Uno de los efectos colaterales de los desastres vividos en estos últimos años, y no de los menos apreciables, ha sido la necesidad de muchos músicos, de aquí y de fuera, de reencontrarse con el poder terapéutico de las canciones. Hay que compensar de algún modo la oscuridad que nos rodea, y la música sigue siendo un aliciente poderoso.
El almeriense Fino Oyonarte emprendió un camino íntimo y confesional con su anterior “Sueños y tormentas”, que continúa y expande en su nuevo magnífico álbum. Confiando en su lado más sensible, personal y delicado con joyas como “Entre tú y yo”, se desnuda confiando en una melancolía sabia y serena con la que entrega once canciones de un trabajo que se abre más a ambientes e instrumentaciones pop.
No esconde Oyonarte sus influencias –de The Beatles a Elliott Smith o Leonard Cohen– en composiciones cálidas, austeras y directas que musical y líricamente van a lo que importa y demasiadas veces damos por hecho. Una esencialidad sin estridencias que se traslada al clasicismo de los arreglos, interpretados por músicos amigos, incluyendo un Joaquín Pascual que tiene mucho en común con la visión del músico, así como las elegantes cuerdas de Phillip Peterson (Nada Surf, Lana del Rey).
Vivir en el presente, ser agradecido con los que tenemos a nuestro lado, gritar menos, aceptar lo que somos: esos son los valores universales que destilan canciones de un consumado artesano como “Avanzar” o la magnífica “Forma de ser” –con sus preciosos arreglos de cuerdas y su estribillo a lo The Beach Boys–, la crepuscular “Naufragar” o “La vida es un sueño”. Completan un álbum tan elegante como lleno de esos aparentemente pequeños alicientes que son los que llenan la vida.
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