Andan de celebración este 2019 los madrileños Dead Capo: ni más ni menos que veinte años sobre los escenarios son los que cumple el inclasificable combo y, a modo de ritual de exaltación de la vida y conmemoración del largo camino recorrido, han decidido invitarnos a su personal festejo con la publicación de Fiesta rara, un caleidoscopio musical vitalista, iconoclasta, gamberro y apasionante que nos muestra a una banda en estado de gracia, con ganas de seguir transitando y expandiendo las fronteras de su personalísimo universo musical y estético. No hay signos de agotamiento, Dead Capo están más finos y acertados que nunca. Parece que lo de las segundas juventudes cobra todo el sentido del mundo en lo que concierne a esta banda.
La manida imagen de una coctelera musical a modo de lugar común para intentar definir de alguna manera un disco de por sí inclasificable encaja a la perfección con este enorme Fiesta rara: a lo largo de los once temas que dan forma al disco desfilan multitud de estilos e influencias en forma de brebajes canallas y lisérgicos que tienen como punto en común la vocación festiva, la nocturnidad, el baile y el desenfreno.
Ese espíritu huidizo, inquieto y esquivo les lleva a moverse con soltura en territorios a priori resbaladizos, en una suerte de banda sonora alucinatoria de una película imposible donde cabe jazz, cartoon music, punk o swing.
Dead Capo suenan igual de convincentes e inspirados cuando se zambullen en la música surf cincuentera (Sloth Fandango o Brilliant Corners), cuando le suman a su descarga de juerga y baile el sudor y la urgencia de influencias latinas y afrobeat (Pingüinos de Madagascar o Pies de cerdo), o cuando bajan revoluciones y se dejan llevar por la parte más calmada, elegante y cinematográfica de su música, aquella que los emparenta, en Por las sombras o Santas cachapas, con el Marc Ribot de Bar Kokhba o la vertiente más cool y recogida de Ry Cooder. Suenan convincentes cuando se dejan llevar por la tensión y dejan que el espíritu travieso de Naked City se asome en Ash contra el mal, e incluso les funciona la sorprendente revisión en clave rockabilly del Ghost Rider de Suicide.
No hay fisuras ni momentos flojos en este disco, los madrileños se han sacado de la manga uno de los trabajos más frescos y completos que vamos a disfrutar este año, y lo único que uno puede hacer, aparte de quitarse el sombrero, es desear poder celebrar otros veinte años más de música así de maravillosa.
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