Aunque empezaron antes y compartieron garitos, birras, baños y empujones en el foso con aquella generación, FIDLAR llegaron demasiado tarde (en 2013) para colgarse del tren del garage californiano. Ni falta les hizo: su sonido es por momentos demasiado extremo para los amantes del garage-rock melódico de guitarras destartaladas; y por momentos son demasiado dulces, urgentes y accesibles para el hermetismo del punk embrutecido.
Tras dos álbumes en los que el fuzz, la velocidad, las melodías circulares, los gritos más melódicos del hipsterismo punki y los directos incendiarios (como muestra, los que en estos últimos años dieron en el FIB o el Mad Cool: en ningún concierto hubo más pogo, mosh, slam y camisetas rasgadas que en su bolo, siempre bajo la solana del final de la tarde y sin ganarse el derecho de suelo de las bandas que acceden al “horario nocturno”), colocaron al combo angelino como una de esas bandas (junto con Shame, IDLES, Fat White Family, Preoccupations o Tropical Fuck Storm, entre otras) dispuestas a retirar a los niños y niñas bonitas del indie agarajado, del surf punkarrón y del pop acelerado de la última década larga.
Y aunque la intensidad y virulencia de sus canciones y sus directos hablaba por sí misma, a FIDLAR le faltaba un álbum como “Almost Free” (Mom+Pop / California Partnership, 2019): un repertorio que mantiene no solo esa actitud inclaudicable y hasta nihilista de afrontar las canciones, sino también las marcas más reconocibles de su sonido; pero en donde esa “casi libertad” a la que aluden en el título de esta tercera placa, se cristaliza a la hora de incorporar un ramillete mucho más amplio de ritmos, texturas y tics, convirtiendo al cuarteto liderado por Zac Carper en una banda mucho más impredecible, y trasladando su furia a diferentes entornos sonoros.
De ahí que, por momentos, suenen a una suerte de cruce millennial entre Molotov, Cypress Hill y los Beastie Boys (“Get Off My Rock”), se erijan tanto como unos neo Black Sabbath (“Can’t You See”) como unos Happy Mondays del Siglo XXI (“By Myself”), adelanten por debajo de las piernas tanto a los Black Keys (“Flake” o “Almost Free”) como a Pete Doherty (“Called You Twice” o “Kick”), inventen una suerte de new-new-rave más histérica que la de los Klaxons (“Too Real”), no se corten un pelo cuando le roban estructura, melodía y sonido a los Clash del “Should I Stay Or Should I Go?” (igual cae juicio por “Scam Likely”: habrá que estar atentos a NME) y hasta consigan sonar tan cerca del Ty Segall más cariñoso (“Good Times Are Over”) como de los Wavves más fanáticos de la MTV de los años ’90 (“Thought. Mought”).
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.