Por su propia naturaleza, la música ostenta un componente abstracto evidente en la formulación de su puesta en escena. Mientras que la pintura, o por lo menos parte de ella, convierte el lienzo en la representación de aquello que observa; la literatura se sirve del lenguaje como método expresivo y el cine se sustenta sobre el poder de las imágenes, una nota, un acorde o un sonido, sólo cuenta con su capacidad de evocación para generar sensaciones en el oyente. A pesar de que su representación popular se ha hecho acompañar de la palabra para resultar más explícita, su esencia sigue recayendo en el poder emanado por melodías y/o armonías. Y si un subgénero sublima la necesidad de trabajar con mayor vigor sobre el imaginario que sobre la certeza, es el instrumental, una catalogación que si no es adecuada en el sentido más estricto del término -ya que cuenta con intervenciones cantadas- para definir el nuevo trabajo de Fer García, desde luego sí que lo es para dejar en evidencia que sus nuevas canciones, englobadas bajo un debut en solitario de nombre “Bleak Portrait”, priorizan ese esqueleto sonoro por encima de cualquier otra consideración.
Un álbum que se presenta como paso iniciático de un autor que sin embargo acumula experiencias previas sustanciales, porque más allá de formar parte de la banda de Diego Vasallo, con The Young Wait ha manejado el rock americano con excelencia o de la mano de los más recientes The Byrons ha tejido todo un poso melancólico al que parece querer darle continuidad para arropar el clima general de este nuevo trabajo. Imprescindibles recorridos previos, dada su impronta, de cara a la constitución de un suelo creativo firme capaz de sostener el impulso que supone despegar más allá de fronteras canónicas y referencias estilísticas rígidamente establecidas.
Un proyecto en solitario que lleva hasta prácticamente sus últimas consecuencias esa autarquía interpretativa, donde sólo hace de excepción los teclados manejados por las habilidosas manos de Jesús Aramberri. Todo el resto de lo que se escucha en este disco, que no es precisamente poco ni estandarizado, es obra del donostiarra, al igual que lo es tanto el mismo proceso de grabación como el enclave donde se ha llevado a cabo, sus propios estudios, Green Farm Recordings. Un ambicioso y liberador cometido a la hora de trazar este inquietante retrato de naturaleza envolvente que se suma a la tradición de músicos de carácter expansionista que han hecho de su instrumento un vehículo con el que dibujar magnéticos escenarios sonoros, una nómina de equilibristas eléctricos en la que podrían aparecer Marc Ribot, Thurston Moore, Nels Cline o Bill Frisell, al igual que la entente, más cercanos en localización, dispuesta por Javier Colis y Juan Pérez Marina.
Inicio de un itinerario, con inspiración paisajista, que recae sobre “Pendulum”, donde la reverberación de las guitarras proyectan un encuentro noctámbulo citado en terreno desértico, allí donde su horizonte descampado permite observar esas estrellas fugaces emanadas desde sintetizadores. Una inquietante tranquilidad que en “Endless Surface” aumenta su pulsión trágica por medio de unas seis cuerdas enfurecidas que, para cumplir lo dictado por la voz, respetan la naturaleza reveladora de los silencios, secuencia que desemboca en un tramo final de acento más melódico. Sobriedad que será llevada a sus más orgánicos parámetros en el minimalismo con que camina un tema homónimo en el que resuenan las pisadas del viejo lenguaje del blues, interpretado como si Tom Waits fuera el invitado a una banda sonora realizada por Warren Ellis. Aspecto taciturno que eleva su manto oscuro, prenda especialmente bien vestida por Mark Lanegan o Greg Dulli, en el crepuscular romanticismo de “Ashes to Nowhere”.
Si en todo el clima ambiental instaurado a lo largo del disco resulta esencial en su tratamiento un incesante goteo de elementos alejados de la condición ortodoxa del rock, la pieza que ostenta un carácter más vanguardista en ese sentido resulta “First”, cediendo casi todo el protagonismo a esos elementos de ascendencia tecnológica que hacen de manto a unos solos de guitarra, tañidos por una pulsación al estilo de B.B. King, que abandonan su condición clásica para empaparse de un entorno más encrespado. Como antítesis a esta manifestación, “Gordon”, a la que debemos añadir el apellido Lightfoot para descifrar el homenaje que esconde a dicho cantautor desaparecido recientemente, fluye bucólica para un final iluminado por el resquicio de luz que deja incluso la puerta más fieramente cerrada.
“Bleak Portrait” contiene precisamente lo que define su título, un desolado retrato confeccionado a base de diferentes estampas en las que Fer García abandona cualquier instinto acomodaticio para mantenerse fiel a la única norma verdaderamente digna de respeto: convertir cada una de sus fotografías en un subyugante y emocionante paisaje. Un disco que esquiva el peligro de expresarse como un tratado episódico gracias a la perfecta unidad emitida por una común atmósfera. Ambiente dotado de actitud absorbente y evocadora pero que renuncia al ensimismamiento aséptico para apelar al latido humano, proponiéndonos un turbio sosiego con el que recordarnos que los pasos indecisos y temerosos también son una forma de avanzar.
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