Inquietante, misteriosa, polvorienta, soñadora, lúbrica y con vocación de clásica. Alison Goldfrapp ha dado un golpe maestro, poniéndonos la miel en los labios primero con “Lovely Head” (uno de los singles del año), esperando lo justo, y publicando un disco que viene a paliar parcialmente la sed que hay del Bristol más misterioso, aunque no esté parido en Bristol. Porque, no nos engañemos, lo de Goldfrapp suena a Portishead por los cuatro costados, aunque en “Felt Mountain” haya un latido mucho más cinematográfico, mucho más de banda sonora y de paisaje tremendo que de hip-hop. Pero lo que mantuvo la calidad de Portishead, a pesar de lo limitado de su fórmula, era la gran densidad de buenas canciones, cosa que a Goldfrapp le cuesta un poco más, tal vez porque se salen de las fronteras de la estructura de canción pop, acercándose más a la proposición de ambientes, en la mayoría de los casos, tan asfixiantes como tremendamente físicos, o lo que es lo mismo, sudorosos, y sensuales. Alison invoca con su garganta tanto a Beth Gibbons como a PJ Harvey, o a la Rita Hayworth más tórrida, por lo que, aunque este nuevo proyecto suene a ratos a muy conocido, la combinación es tan acertada como sofisticada y necesaria, como lo han sido tantas sedas canallas hechas música, en las que la hoja del estilete nunca se muestra porque está ocupada rasgando corazones tras las cortinas. Sugerencia brutal, vaya.
What a neat ariclte. I had no inkling.