Alguien dijo (de hecho, es un tópico al que suele acudirse día sí, día también) que los discos que entran a la primera son también los que se olvidan con mayor facilidad.
Permítanme dudarlo, pero sí tengo claro que los discos que requieren escuchas y que, tras ellas, nos conquistan siempre permanecerán en algún lugar de nuestro corazón y al margen de la identificación generacional que los hits de temporada puedan provocar. Los discos de Arctic Monkeys pertenecen al segundo grupo. “Favourite Worst Nightmare” se crece con cada escucha; uno acaba encontrando estribillos donde salvo excepciones nunca los habrá; se descubre todo el trabajo que estos cuatro jovencitos de Sheffield han hecho por dar con una fórmula propia y con canciones que cambian su estructura, su ritmo, cada veinte segundos. Más complicado que su predecesor, menos evidente (también menos certero), “Favourite Worst Nightmare” reúne doce piezas que ven la luz exactamente un año después que las trece que completaron “Whatever People Say I Am...”. Nada falla, la base rítmica no se anda por las ramas y subraya los aciertos de unas guitarras que se sienten vivas y siempre en danza; los textos mandan y dirigen el camino por el que tiene que moverse la canción (“Teddy Picker” o “Fluorescent Adolescent” son buenos ejemplos); no caen en los tópicos del nuevo rock británico (Arctic Monkeys suenan bailables a su manera -ni post-punk ni narices- y el corte de mangas para con The Libertines y discípulos es descomunal). Arctic Monkeys no confunden sonar clásicos –lo hacen, y mucho, durante buena parte del minutaje) con sonar evidentes, tópicos, rancios o con fusilar los logros de otros. Disfruto mucho con el pop rock británico actual (muchos hits, un buen puñado de bandas sólidas), pero solamente se me ocurren dos grupos actuales del territorio capaces de ponerse a la altura del cuarteto de Sheffield, y no vamos a citarlas aquí. Esta vez Arctic Monkeys son los protagonistas.
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